El camino de la Cuaresma va haciendo nacer en nuestro corazón un deseo. Conforme avanzamos se nos va mostrando la belleza de Dios y, al mismo tiempo, el deseo de acercarnos a él. ¿Hasta dónde puedo llegar? En la primera lectura leemos estas palabras que Dios dirige a Moisés: “Habla a la asamblea de Israel y diles: Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”.

Al principio nos asustamos un tanto, porque la exigencia es grande. Pero después pensamos y vemos que Dios quiere que seamos como él. Es más, señala que debemos y podemos ser santos porque él lo es. No cabe duda, Dios está empeñado en nuestra santidad. Y, entonces nos muestra lo que hemos de hacer. En el Levítico encontramos una serie de preceptos que, en su conjunto nos llevan a tratar bien a los demás y que se resumen en “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De alguna manera, Dios nos lo ha puesto fácil. Para ser santos no hay que ir muy lejos, ni emprender acciones extravagantes. Hay que empezar por las personas que tenemos cerca.

El evangelio nos lo ilustra con una imagen muy elocuente. Al final de nuestra vida seremos juzgado según el trato que hayamos dado a Cristo. ¿Y dónde está Cristo? Pues, como explica el mismo Jesús, se encuentra misteriosamente escondido en el que pasa hambre o sed, en el que está desnudo, en el que no tiene casa, en el enfermo o en el preso. En el mensaje de Cuaresma de este año el Papa Francisco ha comentado la parábola del rico y Lázaro. En un momento dado dice: “La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil.”

El otro día escuche una catequesis que daban a los niños y la catequista les decía: Por los sacramentos Jesús se acerca a nosotros y nos da su amor. En las personas que están necesitadas Jesús se acerca a nosotros y nos pide amor. Así, nuestra vida siempre está en relación con Jesús. Él nos quiere y nosotros debemos quererlo. Y les decía que en todos los momentos podían estar con Jesús y vivir en su compañía. Es una imagen hermosa. Jesús, en los sacramentos nos toca y nos comunica su vida. Nosotros, socorriendo al necesitado, nos acercamos a él y expresamos la vida que hemos recibido. Así nos hacemos santos, permaneciendo al lado del que es santo.

Sobre la Cuaresma pesa la sospecha de que es un tiempo pesado. Pero las lecturas de hoy nos lo muestran como algo muy hermoso. Nos ofrecen un horizonte de plenitud que es el mismo Amor de Dios. Y para ello sólo hemos de seguir las mismas indicaciones del amor. Así, se va acrecentando nuestro deseo pero también vamos experimentando la alegría. Pidamos al Señor que nos dé la luz y la fuerza para seguir lo que él mismo nos enseña.