Al inicio de la Semana Santa, la Iglesia celebra la entrada triunfante de Cristo en Jerusalén, rodeado del fervor de muchas gentes, que le conocían por su predicación y sus milagros. Muchos de aquellos que extendían por el suelo sus mantos para que pasara el Señor sobre ellos, habían sido quizá protagonistas de milagros y curaciones recibidos del Señor. Otros cortaban ramas de los árboles y las tendían sobre el suelo para que pasara sobre ellas aquel pollino que llevaba sobre sus lomos al Señor. Así, entre las aclamaciones y la euforia de las gentes, entró Jesús en Jerusalén, montado sobre un pollino, que caminaba cansino y totalmente ajeno a lo que pasaba. Aquel día los apóstoles se sintieron más orgullosos que nunca de su Maestro pues, por fin, toda la gente hablaba bien de ellos, se había extendido la fama y el poder de sus milagros y había llegado ya el reconocimiento público de aquel que era del linaje real de David. Viendo a casi toda la ciudad de Jerusalén aclamando al Maestro de aquella manera, los discípulos pensaron que, por fin, había llegado el momento de hacer carrera y decidirse ya de una vez a seguir a aquel Maestro que tan buen futuro parecía prometer. Los judíos, en cambio, viendo el alboroto y la algarabía de la gente, no veían la hora de prenderle para matarle, porque veían que aquello se les estaba yendo de las manos.

A ti y a mi también nos resulta hermoso y atractivo el Cristianismo cuando todas las cosas van a nuestro favor, cuando todos nos entienden y nadie nos critica, y cuando parece que avanzamos caminando sobre una alfombra roja de reconocimiento y aplauso. Quisiéramos incluso que así fuera siempre nuestra vida cristiana y pensamos que cuando hay adversidades, dificultades, pruebas, dudas o luchas, Dios se ha escondido, nos ha dejado de su mano, es incapaz de cambiar la situación o, incluso, puede que ni exista. Nuestra continua tentación siempre será detener el evangelio en aquel momento de la entrada de Cristo en Jerusalén y arrancar las páginas que siguen, porque hablan de pasión, de Getsemaní, de flagelación y de Cruz. Y no nos damos cuenta de que arrancaríamos, entonces, las páginas que siguen a la Pasión, las más bellas del evangelio, que son las que hablan de resurrección y de gloria. No busques éxitos y triunfos humanos, fama y buena opinión de los demás, ni quieras un Cristianismo de alfombra roja. Más bien, duda de esa bonanza en la que todo el mundo habla bien de ti y pondra tu vida ejemplar y lo bien que haces las cosas, no sea que detrás de tantas alabanzas y adulaciones, descubras que, para muchos, no eres más que un vulgar pollino.