Todos hemos sido llamados por el Señor para una misión en nuestra vida. Esto es lo que se llama tener una vocación. Así lo expresa Isaías en la primera lectura, Dios lo llamó para ser profeta en su pueblo. Judas, Simon, Juan, etc, también los llamó Jesús para ser apóstoles, testigos del Evangelio, para formar la primera comunidad cristiana. El llama, pero nosotros tenemos que escuchar, reconocer y responder a su llamada. Así viviremos una vida cristiana auténtica: la vida como vocación.

El problema de hoy es que muchos no saben esto, ni siquiera se dan cuenta de ello, y por tanto no se vive la vida como una vocación. Tú, ¿cómo la vives? Esta experiencia vital es la que te manifiesta el amor de Dios por nosotros, que es anterior incluso a nuestro nacimiento, desde el seno materno. El nos ha creado, nos da la vida, nos conoce y sabe lo que podemos llegar a ser; nuestro potencial que  ha depositado en nosotros con los dones que nos ha regalado. Pero nosotros, ¿los conocemos, los aceptamos?, ¿los empleamos y desarrollamos? ¿Cómo respondemos?

Todos los personajes que aparecen hoy en las lecturas respondieron a la llamada de Dios y siguieron su vocación, el camino que Él les ofreció. Pero, nos sorprende la conversación en la última Cena de Jesús con Judas Iscariote y Pedro. Los dos van a traicionar su vocación, van a traicionar el seguimiento de Jesús, a Él. De una forma u otra le van a negar; Judas entregándole al Sanedrín y Pedro dejándole solo en la Pasión. Incluso Juan que aparecerá dando la cara ante la Cruz, huirá en el prendimiento. Esto nos muestra que nuestro seguimiento de Jesús tiene sus altibajos y siempre corremos el riesgo de abandonar nuestra vocación, e incluso, de llegar a negarle o abandonarle o traicionarle en nuestra vida.

El Señor lo sabe, y además, que no todos somos iguales, y que a unos les cuesta más que a otros seguirle, vivir la vocación. Conoce nuestra fragilidad y nuestra pobreza de corazón. Por ello, siempre esta dispuesto a ayudarnos y a levantarnos, a buscarnos cuando nos perdemos, y se adelanta a nuestras necesidades y carencias.

Judas no se arrepintió de su traición y se cerró a acoger a Cristo, a ser fiel a su llamada, con lo que lo perdió todo, hasta la vida. Pedro, en cambio, se arrepintió, abriéndose a la gracia redentora de Jesucristo, acogiéndole sin «peros», y salvó su vida, convirtiéndose en el primer Papa de la Iglesia, llevando su misión hasta su completa realización, según la voluntad de Dios.

El testimonio de Pedro es nuestra esperanza para superar nuestras «traiciones» y no dejar de convertirnos. Ser fiel al Señor durante toda nuestra vida y en todos los momentos necesita de su ayuda con: su Palabra, los sacramentos y la oración. Repitamos hoy una y otra vez el salmo 70 en nuestro interior para superar caídas, mantenernos fieles a su llamada y no dejar de madurar en nuestra vocación.