Uno de los aspectos que parece que más esta creciendo en las relaciones humanas es la mentira. El relativismo que se ha instalado en la vida cotidiana y en la visión sobre la vida que tiene la gente, está fomentando que las personas mientan y se vea cada vez más como algo normal y justificado. Lo que antes se justificaba con «mentiras piadosas», como si fueran correctamente morales, ha dado paso a que «es mentira según como lo veas, quien lo vea, o para lo que te interese». Es como si la mentira no existiese o fuera una invención de las ideas religiosas trasnochadas. Muchas personas están instaladas en una amoralidad o decadencia ética.

Los cristianos corremos el peligro de entrar en esta dinámica y diluirnos en el ambiente, cayendo en el fondo en esta justificación de la mentira. En estos últimos momentos que Jesús vive antes de su pasión, aparece en el Evangelio este diálogo con los apóstoles mientras preparan la pascua. Una conversación en la que Judas no duda en mentir para ocultar su traición; él la justificaba en su corazón porque Jesús no cumplía sus expectativas políticas y se sentía decepcionado. No quiere recordar que Jesús les dijo que Él es el camino, la verdad y la vida, que es el Hijo de Dios, etc. Y es muy triste que intente engañar a quien es la Verdad, poniéndole incluso a prueba: ¿Soy yo acaso, Maestro?

¿Cuantas veces nosotros nos autoengañamos, o permitimos que nos engañen, y pretendemos engañar al Señor? Es triste esta situación para los apóstoles, para Jesús, para nosotros. No intentes nunca engañar a Dios, es absurdo y es uno de los daños más grandes que te puedes hacer. Tampoco te alejes de Él, como si pudieras ocultarte de Él, o apartar la luz de tu vida para no ver la verdad. La mentira siempre se desvela, siempre se pilla, tarde o temprano. A la larga nunca beneficia realmente, ni provoca un bien definitivo. Lo bueno que tiene, estar cerca del Señor, es que su luz lo alumbra todo y puedes ver sin confusión. Puede liberarte para poder avanzar o cambiar, o resolver todo, y hacer las cosas bien, ser feliz. Isaías no solo profetiza sobre la suerte de Cristo o como lo va a afrontar, sino que también nos describe los beneficios de su redención que nos ayudará a no vivir en la mentira y a no participar de ellas.

Aprendamos del Maestro y, aunque nos podamos jugar nuestra vida, revelémonos siempre contra la mentira, y esforcémonos en la lucha por la verdad en nuestra vida, en nuestros ambientes, en la sociedad. Que no tengamos que entristecernos porque nuestra vida se sujeta en las mentiras o estamos traicionando a la Verdad, al Señor.