El Evangelio de hoy, en el que asistimos a otra pincelada de la presencia del Señor después de su resurrección, está contado sin pizca de solemnidad. Los discípulos vuelven a pescar, además van todos en comandita, se aparece el Señor, les da de comer y lo reconocen. No hay más. Hombre, que estamos hablando de literatura oriental, y tendría que haber mucha más especia de pirotecnia milagrera y toda la exageración que les es propia a los oriundos de la zona. Pero aquí el acontecimiento no se atilda, el Señor ha encendido unas brasas y espera la comida. Toda la sobrenaturalidad del relato, porque el Hombre que ha muerto en la cruz está vivo, queda oscurecida frente a la intensidad natural de lo que ocurre: la preparación de un desayuno a los amigos que llegan de trabajar. Es como si después de la resurrección, la presencia del Señor se hiciera más natural que en su vida pública, y tan normal como las ascuas donde el pescado en breve despedirá olor a fritanga.

Los apóstoles ya no esperaban nada más de su Señor, parecían haberse conformado con las palabras sabias que salían de su boca, porque nadie había hablado como Él. Dormirían con ellas y se las recordarían de vez en cuando para no olvidar que aquello que les ocurrió fue real. Hasta aquí es lo mismo que hacemos con los muertos, de los que nos queda una colección de recuerdos amorosos. Por eso Pedro vuelve a su tarea, a ser “pescador de peces”, y al resto le pasa lo mismo. Es tan humano arrojar la toalla.

La frase “arrojar la toalla” proviene del mundo del boxeo, cuando el púgil ganador da buena cuenta del aspirante y a éste no le queda otra que tirar la toalla a la lona y respirar. A veces la realidad parece tan fiera que a uno no le quedan ganas de mirar más allá, ni explicaciones ni cuentos. Que si toca sufrir, no hay razones que valgan; que si toca cáncer, no queda otra que tragárselo y encerrarse en el dolor. Pero justo en el momento en que los discípulos abandonan el cuadrilátero, el Señor aparece en la playa. Ahora se entiende la frase tan consoladora que el Maestro pronunciara a los suyos, “yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

No hay un solo descuido de Dios en tu vida, jamás mira a otra parte, si vas a arrojar la toalla Él te regalará una vida nueva y te dejará sin las heridas del combate. Esto no son palabras bonitas, un cristiano sabe que Dios se aparece en lo natural para hacer de su Presencia una experiencia cotidiana.