Pobre Tomás, necesitaba tocar, palpar, comprobar que todo estaba en su sitio. Menos mal que el Señor pensó en nosotros cuando dijo,  «bienaventurados los que crean sin haber visto». Es mejor llevar a oscuras la fe, que al Señor le vean los ciegos con una lumbre de certidumbre interior. A pesar de la ausencia de pruebas extraídas del método científico, Cristo está en medio de nosotros, justo en ese centro en el que no se hace visible, pero está. No es una metáfora ni el brindis al sol de alguien que quisiera permanecer entre los suyos más allá de los límites de lo natural, como un padre que desde el lecho mortuorio dice a sus hijos que se acuerden de él, que no lo olviden. Cristo, al destruir la muerte, vive entre los hijos de los hombres, ha roto los límites del más allá y el más acá y no quiere perderse a los suyos. Es más, desde la Encarnación no se nos despega.

Pero, como dice el poeta Hugo Mugicano sólo hay que abrir los ojos, también hay que abrir lo mirado”. Si el hombre no desvela la presencia de Dios en lo oculto de la realidad, nunca entenderá la vida, se la pierde. Los últimos Papas nos han recordado la necesidad de rezar en familia como un bien absoluto. Porque “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Hay una capacidad humana que nos es todavía muy desconocida, la de provocar en Dios una atracción irremediable por nosotros. Y eso ocurre cuando entramos en comunión. Desde el momento en que los miembros tan diferentes de una familia se reúnen a rezar el rosario, o terminan el día dando gracias a Dios por todos los bienes recibidos, a Dios se le hace irresistible su presencia, ponerse en medio. Dios, que es el gran seductor del corazón humano, también es el gran seducido cuando sus criaturas lo buscan. Hablamos del hecho cristiano, por tanto, como la historia de un encuentro verdadero.

Aprender a rezar juntos puede que sea una de nuestra asignaturas pendientes, porque resulta más fácil proceder con Dios a bote pronto, un día me acuerdo de él en el coche o por la calle y creo que así llamo su atención. Pero Dios quiere verdad de trato, no la ligereza de la espontaneidad, los “de repentes” son muy frágiles. Y le apetece que los suyos lo busquen en racimos y concierten una cita con Él. Como los novios que se ponen de rodillas delante del sagrario o ese grupo de jóvenes que se juntan para leer unos textos de Santa Teresa.