Hace pocas semanas empezamos a celebrar la Eucaristía con la tercera edición del Misal Romano. El cambio más evidente es la consagración del vino. Jesús, en el relato del evangelio dice “Sangre derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26,28). El Papa Benedicto XVI explicó en su día que el sentido salvífico de Cristo es universal, se dirige a todos los hombres, y en ese “muchos”, en realidad caben “todos los hombres”. La intención de Cristo es clara: busca la vida eterna para todos, y entrega su vida por la humanidad entera, no sólo por unos pocos.

Pero viendo lo que pasa en el Evangelio de hoy entendemos mejor porqué no se puede decir que todos estamos salvados automáticamente porque Cristo lo haya querido. Encontramos una de las páginas más tristes del Evangelio: Cristo habla del pan de vida, de la Comunión, de la participación en la vida divina, de estar con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, de la vida —conceptos todos relevantes en el evangelio de san Juan—, y muchos oyentes acaban criticando sus palabras, poniéndolas en duda: “Este modo de hablar es duro”. Y termina aun peor: “Muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. ¡Qué pena! No quieren oír hablar al Señor, no les gusta lo que dice. Tienen que cambiar demasiadas cosas y quizá prefieren no complicarse la vida, seguir siendo uno más del pueblo, con los mismos comportamientos de la gente “corriente”. Quizá se gana tranquilidad, cierto reconocimiento, la vida rutinaria sigue siendo igual, sin demasiadas novedades; pero sin saberlo, se está perdiendo la vida.

El Evangelio es para todos, pero no todos están dispuestos a pasar por el evangelio. La flagrante deserción de hoy muestra a las claras que el seguimiento del Señor es para valientes. No sirven las medias tintas, ni poner una vela a Dios y otra al diablo. Quien acoge a Cristo quizá complique su vida, pero encuentra el Camino para recorrerla. Se pueden perder ciertos ambientes o comportamientos sociales, pero encuentras la familia de la Iglesia. Puedo convertirme en alguien a quien señalar porque no dice la opinión común o mayoritaria, pero te afianzas en la Verdad. Las pérdidas no se equiparan ni de lejos a las ganancias.

El que sigue a Cristo ha de cortar cosas. Luego recuperas otras más importantes, pero quizá esa separación del principio es la que más cuesta. Pidamos al Señor que renovemos en nuestra oración personal la entrega a Él y a los demás, y que ilumine qué cosas nos estorban para ser cada día más suyo.