La Semana cuarta de Pascua nos ofrece la proclamación y escucha del capítulo décimo del Evangelio de san Juan, es el capítulo dedicado, en su primera parte, al Buen Pastor. En él podemos encontrar la imagen de Jesús que da la vida por sus ovejas, pero es también la imagen de los discípulos a los que el Señor ha encomendado la misión pascual de anunciar el Evangelio y Bautizar perdonando los pecados. Pero, ¿cómo podemos reproducir los ministros y los fieles de la Iglesia la imagen del Buen Pastor? ¿No es algo imposible para nuestras fuerzas, para nuestras capacidades? ¿No se ponen de manifiesto en nuestras acciones y palabras, más nuestra debilidad que el don recibido? Efectivamente, pero también nos dice san Pablo que llevamos el tesoro en vasos de barro y que la fuerza se manifiesta en la debilidad.

La primera lectura es un ejemplo claro de cómo esta dinámica se manifiesta en la vida de Pedro y de la primera comunidad. En principio los discípulos pensaban que el mensaje de Salvación estaba destinado sólo al pueblo judío. Resultaba un escándalo que los gentiles se incorporaran a la Iglesia, para Pedro también lo era. Es el Espíritu el que transforma nuestra cerrazón y nuestra incapacidad para entender, como le sucede a Pedro. La visión en Jafa le hizo comprender al Príncipe de los Apóstoles, duro de corazón y prejuicioso, que hay “más ovejas que no son de este redil” y que ellas también están llamadas a “escuchar su voz”. Se necesita, por tanto, una apertura a la acción del Espíritu, una sencillez de corazón para leer los “signos de los tiempos”, que es sólo fruto de la Pascua, fruto del poder de Jesús Resucitado de entre los muertos que hace nuevas todas las cosas. También hoy como entonces. ¡Qué no tengamos miedo de anunciar el mensaje de Salvación, incluso equivocándonos! La fuerza y el poder del Evangelio son siempre más grandes que nuestra debilidad.