“Cantaré eternamente tus misericordias, Señor”. Esto es lo que hace Pablo en su predicación en Antioquía de Pisidia: recordar la Misericordia de Dios de generación en generación. En pocas líneas escuchamos un maravilloso resumen de la Historia de la Salvación, historia de su Misericordia, historia que continúa hoy en nuestras vidas. Porque Dios sigue vivo y presente en medio de nosotros cuando dos o más se reúnen en su nombre. En nuestras celebraciones no recordamos únicamente hechos del pasado sino que los hacemos presentes actualizándolos… Bueno, más bien, se hacen presentes y actuales ante nosotros, ante nuestros ojos, accesibles a nuestros sentidos; es el Espíritu el que realiza esta obra, no somos nosotros, ni el poder de nuestra memoria, ni nuestra capacidad de actualizarlos a través de signos más o menos modernos o adecuados. Nosotros, como los oyentes de las sinagogas en las que predicaba Pablo, no dejamos de sorprendernos por las maravillas de Dios, por su Obra en nosotros, así nos convertimos también en protagonistas del Amor de Dios y lo hacemos presente e nuestra vida para que otros puedan cantar las misericordias del Señor.

Porque, como dice Jesús, en el Evangelio, “el que a vosotros os recibe, me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado”. Misteriosamente el Espíritu hace presente a Jesús a través de nuestras vidas para que otros puedan creer en Él y participar de su Salvación… Sorprendentemente esto es lo que nos ha pasado también a nosotros.