El Evangelio de hoy es “típico” de funeral. Casi siempre que lo escuchamos lo hacemos en una celebración exequial, y nos parece muy apropiado porque nos dice que el Señor nos ha preparado una morada en el cielo. Pero no debemos esperar a morirnos para disfrutar de ella… O, ¿nos pasa como a Tomás que no entendemos? El cristiano vive ya en la Casa de Dios. En la celebración de la Dedicación de una Iglesia, una celebración sugestiva y cargada de simbolismo en la que todo cristiano debería participar al menos una vez en la vida, se proclama el versículo del Apocalipsis que dice: “Esta la morada de Dios con los hombres. Él habitará en medio de ellos y ellos serán su pueblo” (Ap 21,3). La morada de Dios es la Iglesia, es el Pueblo que se ha creado para habitar en medio de él, la comunidad en la que nosotros hemos sido injertados por el Bautismo y sin la que no podemos vivir.

Nuestra vida es vivir en Cristo; es cierto que esto es sólo posible de una forma plena cuando no estemos atados al tiempo, pero ya en el tiempo podemos vivir de este modo porque el Señor ha vencido a nuestro enemigo, la muerte. Vivir en Cristo significa seguirle, caminar como su Pueblo tras sus huellas, porque es el Camino, adherirnos a Él, porque es la Verdad, amarle en todo y en todos, porque es la Vida.