Nuestra Señora del Rosario de Fátima.Santos: Juan Silenciero, Pedro Regalado, Mucio, Sergio, Valeriano, Alberto de Ogna, confesores; Onésimo, Natalio, Flavio, Servacio o Gervasio, Marcelino, obispos; Gliceria, Agripa, Dominga, Argéntea, Eutimio, Juan, mártires; Pedro Nolasco, Andrés Huberto Fournet, fundadores; Inés, abadesa; Dióscola, virgen.

Es uno de los clérigos que sufrió con la Revolución francesa del 1789, aprendió a vivir oculto y en clandestinidad, ejerció el ministerio con peligro cierto de su vida, resistió a la presión de las autoridades francesas, proclives a la Iglesia Nacional, evitando la complicidad en el cisma y luego empleó todas sus fuerzas en la organización de la iglesia francesa, terminado el vendaval.

Nació en Saint Pierre de Maillé, en el Poitou, el año 1752, en el seno de una buena y tradicional familia cristiana. A los diecisiete años entra en el mundo clerical, con la tonsura o corte público y oficial del cabello. Si bien el rito litúrgico significa el abandono de los cuidados mundanos para dedicar la vida enteramente a Dios, en el caso presente no era más que un aceptado modo de abrirse camino en la vida como clérigo con un pingüe beneficio; su tonsura fue el precio de la prebenda de la capilla de San Francisco en la iglesia de Bonnes; por eso, las esperanzas normales que daba su gesto de entrega eran las previstas para un cura normal tendiendo a la baja, esto es, a la ligereza y frivolidad imperantes.

Estudió filosofía, derecho y hasta tuvo sus escarceos en la vida militar. Tomó la decisión seria de entrar en el seminario. Se ordenó sacerdote y fue un buen cumplidor de su ministerio al lado de su tío, en Haims, como vicario; de allí pasó a Saint-Phêl de Maillé y llegó a párroco de San Pedro. Le iba tomando gusto al trabajo sacerdotal; se mostró cordial en el trato con la gente sencilla, labriegos y artesanos en su mayor parte, y hasta llegó a ser una persona querida y respetada como buen cumplidor de su ministerio.

Dios se le iba haciendo próximo buscando más en él por el camino del desprendimiento. Un buen día, estando a la mesa, llama un famélico pidiendo limosna. «No tengo dinero». «Pero su mesa está llena», le dice el pordiosero. Ahora el planteamiento es nuevo porque ha aceptado el envite de la austeridad que se nota en su casa y se refleja en la predicación. Pero el hecho clave y revulsivo para su vida, haciéndole despertar del sopor, fue la Revolución. Se persigue a la Iglesia, los sacerdotes que se resisten a aceptar la Constitución civil del clero y a prestar juramento cismático son metidos en prisión, paso previo a la guillotina.

Como tantos otros hicieron en esas circunstancias, Hubert se oculta y varias veces salvó milagrosamente la vida gracias a la ayuda prestada por los feligreses. Huye a Burdeos y, por San Juan de Luz, pasa a España, reside en San Sebastián y luego en Los Arcos –pequeña población navarra– por decreto de Carlos IV. Regresa a su tierra cuando asume el poder el Directorio, pero aún sigue siendo delito evangelizar y administrar algunos sacramentos.

En el caos, comienza a utilizar un hórreo que le sirve de parroquia para atender a los fieles que se le acercan con peligro de sus vidas; pero son tantos los que piden consuelo, confesión y consejo que han de pedir turno y esperar horas para una breve entrevista. Y eso fue lo que le pasó a la compatriota Isabel Bichier des Ages que hubo de esperar ocho horas para verlo. Ella es persona recta, sin padres, soltera y se educó con los niveles anteriores a la Revolución. La considera toda una promesa para el futuro, cuando haya que poner en el edificio cada una de las piedras que están ahora fuera de sitio.

Al llegar el Concordato entre Francia y Roma, todo está patas arriba, el mal es universal; falta organización para atender a las muchas necesidades; los niños crecen sin formación, los viejos y enfermos se mueren faltos de cuidados y sin sacramentos. Hace falta misionar y predicar la doctrina a la buena gente que quiere oírla, para acudir a los sacramentos y buscar la santidad.

Andrés se entrega a esta tarea en Poitou, como lo hace Guillermo Cheminade en Burdeos, y otros más por toda Francia. Después del huracán de la Revolución ha llegado el momento de reconstruir con ánimo, paciencia y mucha gracia de Dios. Para muchos, es la ocasión de salir del sopor y despabilar la pereza. L´abbé Hubert llama a Isabel Bichier des Ages, conocida de sus tiempos de clandestinidad, para que le ayude en la tarea de formar a la juventud femenina comenzada en la parroquia de Béthines. Forman un grupo, cada vez más compacto y numeroso, al que Andrés da atención espiritual y que termina ampliando el campo de su actividad formativa de mujeres con la atención a pobres, ancianos y enfermos. Andrés Hubert Fournet e Isabel Bichier des Ages estudian, escriben y retocan unos estatutos que fueron aprobados por el obispo de Poitiers. Nacen las Hijas de la Cruz. El grupo inicial solo fue la levadura; llegan más y más hasta hacer forzoso el traslado, por buscar mejor espacio, a La Puye, en 1820, que será la casa madre y el centro de formación, expansión y coordinación de toda la actividad.

Como sabe que los sacerdotes son pieza clave para preparar, continuar y consolidar la acción apostólica en un trabajo constante, se dedica a ellos y hasta consigue que algunos se incorporen a su labor; claro está que esto lo hace sin abandonar el trabajo primordial de atender espiritualmente a las Hijas de la Cruz, prestando atención a los primeros vahídos del recién nacido instituto.

Murió pacíficamente en el año 1834, el día 13 de mayo. Fue el sacerdote fiel que demostró el amor que tenía a Dios reflejándolo en el inicio de una labor volcada en mostrarlo a los hombres.