Si alguien te pregunta: ¿qué es el Evangelio de Cristo?

Responde como san Pablo: Es recibir la Gracia de Dios.

Y si alguien te pregunta: ¿qué es la Gracia de Dios?

Responde como el Salmo: Es la lluvia copiosa que alivia la tierra extenuada. Es escapar de la muerte, es ver como Dios lleva nuestras cargas y pecados, es salvación.Es la Gloria de Dios.

Y si alguien te pregunta: ¿Qué es la Gloria de Dios?

Dí como el mismo Jesús: La vida verdadera y eterna que Dios tiene. Conocer la Vida de Amor entre el Padre e Hijo y participar de ella. Como decía la profecía de Isaías 43, 7, «Dios nos ha creado para su Gloria». ¡Tremendo!

Dios pensó en este minúsculo planeta entre todas infinitas estrellas y galaxias del cosmos para crear una criatura que tuviera como destino ser interlocutor de Dios y poder conocerle; es más, llegar un día a participar de su poder y majestad sobre todo el universo. Y llegar a vivir a modo divino. Pero ésto no sería posible si nuestra humanidad no hubiera sido tomada antes por Dios en la encarnación de Cristo. Así lo rememora hoy Jesús en su inicio de la oración sacerdotal y lo explica.

El Hijo se hizo hombre, para que la divinidad habitara en la humanidad, y para que la humanidad fuera divinizándose, conociendo con los sentidos y con la carne de Cristo, cómo se vive en el Cielo. Él nos fue comunicando todo: las palabras que el Padre le dió, el amor que recibía de su Padre, la potencia que tenía en todas las cosas… Eso es la Gracia de Dios que experimentamos los que seguimos a Cristo.

¡Cuántas palabras nuevas salen de nuestra boca, cuántos pensamientos verdaderos asolan nuestra mente, cuántos gestos de entrega realizamos inspirados desde lo más dentro! ¿Quién nos lo iba a decir cuando empezamos a creer y a seguir a Jesús? A pesar de nuestro hombre viejo, de nuestro pecado cotidiano, en muchas ocasiones hemos visto cómo hemos sido artífices de una vida de paz, de consuelo, de amor sincero,… ¡Del evangelio del Reino! Y eso es lo que San Pablo proclama ante los presbíteros de Efeso. Vuélvelo a leer y verás cómo hace un canto precioso a la vida divina que se ha establecido en él. Escucha como ya se ha hecho indiferente a las maquinaciones del mundo, y ahora vive dispuesto a mucho más. Dispuesto a dar todo lo que Dios le está dando a él, sin reservarse… Es como si viviera entre el Cielo y la tierra, una vida preciosa, tomando sobre sí los dolores de cada día, pero preocupado sólo en llevar adelante la victoria de la Palabra, del Evangelio. Así no se logra el éxito del mundo, es verdad, pero sí puede ser triunfar en la vida.