El otro día hablando con un grupo de chicos de un colegio diocesano, me sorprendió una chica preguntándome si había que creer en la Resurrección de verdad o si era una metáfora para decir que vamos a seguir viviendo de alguna forma reencarnándonos o como fuera. También otro día en una reunión de padres de los niños de primera comunión salía, que para muchos de ellos, de los temas más difíciles de la fe a comprender son: que Jesús es el Hijo de Dios, el Espíritu Santo y la Resurrección.

A primera vista podríamos decir que el caso que presentan los saduceos es exactamente el caso de Sara. Pero más que centrarnos ahí quisiera profundizar la importancia de la fe en la Resurrección sobre todo en los dos casos que nos refleja el Antiguo Testamento: Tobit y Sara. Se trata de dos personas que experimentan el fracaso: Tobit con su ceguera y Sara perdiendo una y otra vez a sus maridos. Nosotros sabemos que al final Tobit recupera su vista con hiel del pez o un tratamiento antiguo para quitar las cataratas y que Sara llegó a un matrimonio feliz con Tobias el hijo de Tobit. Pero la historia podía haber sido distinta y eso no quita nada de la fuerza de Dios, del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Dios es el Dios de la vida, que nos asegura el final feliz de la Resurrección. Tanto la muerte física como la espiritual no tienen la última palabra.  Dios nos promete una vida y vida en abundancia que no depende de las situaciones externas (Juan 10,10).

¡Cuánta gente conocemos que pierden a un ser querido, su matrimonio fracasa o mueren por una enfermedad! Dios es capaz de rehacernos desde cualquier circunstancia y puede darnos una perspectiva de futuro como nadie: “Tu futuro está lleno de esperanza” (Jeremías 29,11) o como dice San Pablo: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo (1 Cor 15, 55ss).

La vivencia de Tobit es lo que muchas veces tenemos: pensamos que las desgracias que nos caen en la vida son porque Dios nos trata así por nuestros pecados. Entonces la situación se hace doblemente dura y, como Tobit, preferimos no vivir. Pero Dios nos viene a decir que El no nos castiga, que su Amor ha vencido todo egoísmo o fallo nuestro y que El nos quiere dar una alegría silenciosa y verdadera aun en medio de grandes dificultades. ¡Esto es experimentar ya aquí en esta tierra la fuerza de La Resurrección! ¡El perdón de los pecados de nuestra vida, sean cuales sean, son el mayor “milagro” de nuestras vidas! De ahí surgen tanto testigos de una vida plena en medio de persecuciones, enfermedades o dificultades diversas.

La Resurrección es una realidad fundamental para nuestras vidas ya aquí en la tierra y también de cara a la muerte. No es lo mismo creer que la muerte es un paso a una vida abundante definitiva o que se acabe todo. Aunque Jesús exprese en éste Evangelio que “seremos como ángeles” eso no quita que creemos en la Resurrección de la carne y que en el cielo volveremos a ver a nuestros seres queridos. Esto último lo vemos en la familia del chico que murió recientemente  en el accidente del ascensor con su novia. Aun en medio de un gran dolor, no han perdido la esperanza de volverle a ver y viven con la certeza de que desde el cielo sigue cuidando a toda su familia.