Una vez leí que la palabra “sincera” proviene de los vendedores de estatuillas en la antigua Roma. Los vendedores ambulantes de estatuillas de dioses y demás las transportaban de un sitio a otro en cajas dentro de los carros. Intentaban protegerlas con paja y demás, pero como no se había inventado el papel de burbujitas tan entretenido, la protección era bastante escasa por las calzadas romanas que eran tan largas como incómodas. Así, muchas de las estatuillas se dañaban y se hacían pequeñas esquirlas. Entonces rellenaban esos agujeros con cera para tapar los desperfectos a los incautos compradores. Cuando una estatuilla estaba en perfecto estado se decía que era sin-cera.

La sinceridad no osuna virtud muy apreciada. Empezando por nuestros políticos que no dudan en decir una cosa y la contraria a la semana siguiente sin ruborizarse en absoluto, a las ofertas que llevan cuarenta páginas de letra pequeña que nada tiene que ver con lo que te ha dicho el comercial. Sin embargo es una virtud fundamental: “Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno”. Al que es sincero no le hace falta jurar, se resistirá a jurar (excepto jurar la bandera, jurar un cargo, jurar las promesas sacerdotales, etc. por razón de oficio). Sin embargo es casi seguro que el que se pasa la vida jurando por todo…, miente más que habla.

La sinceridad es necesaria en todo, aunque quedemos mal. A alguien que es sincero se le puede ayudar, al que engaña se le puede ayudar, pero mal. Pero hoy voy a comentar dos aspectos en los que es fundamental la sinceridad.

Primero: La confesión. En el sacramento de la confesión hay que ser rabiosamente sincero, sin poner cera a nuestros pecados o darles un estupendo maquillaje. Aunque pienses que lo que vas a decir el cura no ta va a perdonar porque es muy bruto (os aseguro que el pecado original sólo lo cometieron Adán y Eva, el resto son aburridas copias), pues puede ser que el cura no te perdone que hayas quemado su coche, pero si estás sinceramente arrepentido Dios sí te perdona por medio de ese sacerdote. Si te callas es desconfiar de la reconciliación de Dios. “Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación”. “Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáremos a ser justicia de Dios en él”. Si Dios ha visto lo que hemos hecho con su Hijo y en Él nos perdona ¿qué pecado no nos va a perdonar si lo pedimos con sinceridad en la confesión.

Y sinceridad en la evangelización, apostolado o como lo quieras llamar, en el anuncio de Jesucristo. Muchas veces el evangelizador no anuncia a Jesucristo, se anuncia así mismo, o a sus ideas o ideologías. De tal manera que yo no quiero que el otro sea de Cristo sino que sea como yo quiero que sea. Pueden ser hasta cosas buenas y virtudes o valores que se dice ahora, pero los que yo quiero en el otro, no los que Dios quiere en él. Sería como hacer que un chaval al que Dios llama para el matrimonio y la familia le anuncio que lo que Dios quiere de él es que se haga carmelita descalzo (con todo mi cariño a los carmelitas). Nosotros anunciamos a Cristo “Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos”.

Esa falta de sinceridad en la evangelización a veces es inconsciente, se cree que se hace algo bueno, pero los resultados pueden ser catastróficos.

¿Como evangelizar con sinceridad? Primero con la oración personal. De tal manera que me de cuenta que lo que yo puedo ofrecer es a Cristo, es mi único tesoro. Segundo, poniendo en oración al que evangelizo, ponerle frente a Dios y que tenga un trato frecuente y personal con Él. Tercero: Mostrando la universalidad de la Iglesia, con cariño a todos los carismas, instituciones y realidades de la Iglesia. Cuarto: Acompañando a la persona en su proceso, con alegría. con esperanza, con ilusión. Alegrate con sus alegrías y sostenerle en sus pruebas. Quinto: Seguir rezando por él. Así nuestra evangelización será sincera.

No parece fácil, tal vez mejor no evangelizar, se puede decir alguno. Pero: “Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron”. Si no sientes la urgencia de evangelizar es que no estás enamorado. Si no tienes prisa por salir a la calle a anunciar el amor de Dios es que no lo has conocido, tendrás que buscar a alguien que te evangelice otra vez. La nueva evangelización, de la que nos hablaba tanto San Juan Pablo II, es renovar el amor, no quedarse en los sistemas, planes o estructuras ya montadas, sino imaginar un mundo en Dios y lanzarse a hacerlo posible.

La Virgen María la llaman la Virgen del Sí. Su sí a Dios no fue a una cosa, sino a que toda su vida se metiera en Dios y Dios se metió en toda su vida. Que nuestro sí sea el sí de María.