La expresión “ojo por ojo, diente por diente”, que aparece hoy en el Evangelio, es la forma más conocida de citar la Ley del talión, tan característica de la justicia retributiva del Antiguo Testamento. Esa norma imponía un castigo idéntico al delito cometido, de tal manera que venía así asegurada la reciprocidad en la ofensa. Frente a esta Ley, el Señor enseña una nueva medida de justicia, que caracteriza el modo evangélico de vida: “Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas”. Pero, puestos a vivir estas palabras del Señor, tiene uno la impresión de que significan “ir de tonto por la vida”.

Aunque parezca mentira, después de muchos siglos de cristianismo, en el ambiente en que nos movemos sigue siendo predominante esa medida de justicia impuesta por la Ley del talión. Comenzando por que cada uno se siente juez y dueño de aplicar la medida y la idea de justicia como quiera y crea conveniente; pero, además, porque parece que el que no sigue esa forma de proceder, es que “va de tonto por la vida”. Expresiones como “esta me las vas a pagar”, “esta te la guardo”, “te vas a enterar” y hasta el “perdono, pero no olvido, son variaciones de un mismo tema: “ojo por ojo y diente por diente”. Y ¿quién es el listo que se atreve a eso de poner la otra mejilla, o a eso de regalarle el manto al que le ha puesto un pleito? Porque, claro, pretender ir de sirenita en medio de los tiburones que pululan por las aguas… ¿Es que el cristianismo es una religión de débiles? Frente a la competitividad, al carrerismo, a las zancadillas que me pone el vecino, frente a las ofensas y a la injusticia, ¿cómo es posible que el Señor nos mande “ir de tontos por la vida”?

Esto que nos cuesta vivir con los demás, sin embargo, nos gusta que lo vivan con nosotros. Si el Señor, para ser justos con nosotros, se limitara a aplicar la Ley del talión, aquí no se salvaba ni la Puri. No, no nos gusta ser medidos por esa justicia que no va más allá de la pura materialidad del acto. El Señor nos enseña cuál es la medida de justicia que El mismo aplica con nosotros, para que nosotros aprendamos a vivirla con los demás: más allá del ojo por ojo y diente por diente, de lo justo a secas, está el amor, que es la verdadera fuerza que transforma el mal y el propio pecado. Sin la fuerza del amor, toda justicia se vuelve injusta. Pero, amor no significa aquí ni sentimentalismo, ni debilidad, ni ñoñería; ni siquiera significa victimismo para aguantar estoicamente los palos que me llegan de los demás, precisamente en nombre de la justicia. El “ojo por ojo” conduce a una mayor violencia, guerra y venganza, que es lo que más ahoga el amor. Se trata, más bien, de transformar el ambiente, las relaciones humanas y sociales, el trato con los demás, vivir el día a día creyendo en la fuerza del amor. San Juan de la Cruz lo expresó muy bien en su conocida máxima: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”. Hay una fuerza encerrada en esa aparente debilidad del amor que es la que, de verdad, entra en el corazón humano y logra transformarlo desde dentro. Y mientras no salgamos de la mentalidad del Antiguo Testamento, no lograremos entender estas páginas del Evangelio, que nos hablan de un mundo al revés.