Es difícil rezar por los que nos hacen mal. Quizá es lo último que se nos ocurre hacer por ellos. Nos sale el puntito de honra, como decía santa Teresa, y se nos ocurren miles de motivos para justificar, desde la justicia humana, nuestro malestar con ellos. Basta, a veces, una simpleza para que cambie radicalmente nuestra opinión de alguien, y juremos y perjuremos en arameo no volver a tratarle más y devolvérsela en cuanto podamos. Que una cosa es eso del perdón y de poner la otra mejilla, y otra cosa es “ir de tontos por la vida”…

Tampoco es fácil gobernar y poner orden en los movimientos del corazón. Siendo un motor fundamental en la vida y en nuestras acciones, sin embargo, nos traiciona fácilmente, y hasta nos puede cegar sutilmente. Si el corazón decide que no, ya se encarga la cabeza de revestir esa decisión de miles de excusas y motivos loables, santos y buenos, hasta que al final quedemos convencidos de lo que el tirano corazón nos ha mandado.

Hay que reconocer que no, no es fácil rezar por los enemigos. Y, sin embargo, dado que el corazón no se deja aprisionar ni ahogar, hay que educarlo de mil maneras hasta conseguir que todos sus movimientos vayan dirigidos hacia el bien mayor. Por eso, no hay mejor terapia natural para sanar esos odios y rencores del corazón que la oración por los enemigos. Porque, si bien es verdad que comenzamos rezando y pidiendo al Señor que el otro cambie, que se convierta, que se arrepienta de todos sus males y pecados, al final, esa oración lo que consigue es cambiar nuestro corazón, y donde veíamos un enemigo comenzamos a ver ya un hijo de Dios. Quizá no podemos cambiar el mal, pero sí podemos cambiar nuestro corazón para que ofrezcamos al poder del mal el contrapunto del amor. Y esto no significa que tengamos que claudicar ante la injusticia, no. Pero, cuando el corazón está sereno, y no atormentado por el rencor y el afán de venganza, entonces sí que sabemos ver el bien allí donde aparentemente solo hay mucho mal. Solo el corazón que rebosa de amor de Dios es capaz de transformar el mal, la injusticia y el pecado propio y ajeno en una ocasión de bien y de crecimiento espiritual. Porque un corazón violento solo genera más violencia.

Nuestra oración por los enemigos ha de consistir en pedirle al Señor un corazón como el suyo, capaz de tener sus mismos sentimientos. Aprovechemos este mes dedicado al Corazón de Jesús para pedirle un corazón magnánimo y recto, capaz de comprender las flaquezas y pecados propios y ajenos. En ese Corazón, en el que caben buenos y malos, encontramos la mejor medicina que sana de raíz todas las tiranías de nuestro corazón.