El agobio es la gran enfermedad de nuestro tiempo. Es verdad que todos comentamos que llevamos un ritmo de vida que no es sano, que no sabemos vivir bien, que no tenemos tiempo para nada… Pero, todos seguimos sin cambiar el ritmo trepidante de actividad, desordenada o no, que nos hace perder de vista lo esencial. Por eso, la invitación del Señor: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”, resuena hoy de una manera nueva y especial. Hoy, precisamente, en la gran solemnidad del Corazón de Jesús.

Cuando nos acercamos a este Corazón aprendemos a vivir en la calma, en lo perenne, en lo que no pasa. Aprendemos el valor del tiempo, que es un talento que el Señor nos da para que lo hagamos fructificar, es decir, lo carguemos de frutos espirituales, no de cosas y de tareas. Aprendemos que por encima de nuestras prisas y agobios, está el tiempo de Dios, muy diferente del nuestro, en el que suceden los grandes acontecimientos de la historia. Y frente al tiempo de Dios, frente a nuestro tiempo humano, está también el tiempo del demonio, caracterizado por las prisas y los agobios. Sabe Satanás que tiene las horas contadas y que el tiempo se acaba, porque la victoria de Cristo es una realidad. Por eso, cuanto más nos alejamos del tiempo de Dios más nos invade el agobio y la prisa. Tenemos tantas urgencias, tantas cosas importantes que resolver, tantos compromisos y deberes diarios, que no tenemos tiempo para lo esencial, para Dios. ¡Como si las cosas y las tareas nos alejaran de Dios!

“Venid a Mí”. En este Corazón aprendemos a reordenar las cosas, las personas, las actividades, a centrarlas en lo más importante, sabiendo que el tiempo del que disponemos no es nuestro sino del Dueño y Señor del tiempo. El tiempo es un don, no un derecho, y hay que saber acogerlo como es: humano y limitado, pero cargado de unas potencialidades enormes de cara a la eternidad. Nos agobiamos cuando queremos hacernos dueños de nuestro tiempo, como si fuera algo que nos pertenece por derecho. Nos agobiamos cuando hacemos nuestros planes al margen de la providencia y sin contar con ella, agarrados a las seguridades humanas que nos ofrecen nuestras cualidades, nuestros proyectos, nuestras ambiciones, etc. Pero, vivir anclados en la calma de la providencia no significa pasividad, ni indiferencia ante las obligaciones de la vida.

Aprender a descansar en el Corazón de Jesús es de sabios. Pero, eso se aprende en la escuela de la intimidad con Él. Saber descansar, en un ambiente que nos habla por todas partes de prisas, de agobios, de conseguir todo a golpe de click, es bastante más importante de lo que nos puede parecer. Hemos sustituido la cultura del descanso por la cultura del ocio, y lo que hacemos es llenar el “tiempo libre” de más cosas y más actividades. Si no aprendemos a descansar con el corazón, por más que tengamos el mejor planazo de ocio, seguiremos agotados y agobiados con la vida.

Aprender a descansar en Dios es aprender a vivir, no apoyados en nuestras propias fuerzas sino en Alguien que es más fuerte y poderoso que yo. Aunque los problemas y los agobios nos circunden por todas partes. ¿Por qué será que cuanto más nos alejamos de Dios más nos agobiamos ante las cosas, imprevistos, problemas, fracasos, etc.?

En este día hermoso del Corazón de Jesús, aprendamos a descansar en Él. Y dejémonos amar por este dulcísimo Corazón, que quiere encontrar su gozo y su descanso entrando en la pobreza de nuestro pequeño corazón.