Comentando un día en una de las comunidades de adultos de mi parroquia, hablábamos de los problemas de relación entre las personas, en las familias, en el matrimonio, entre los amigos, en los que formamos la parroquia. Nos dábamos cuenta de que la mayoría de los malentendidos, los enfrentamientos y las situaciones que crean mal ambiente, se producen por la manía o el vicio que tenemos de compararnos.

El problema es que cuando nos comparamos con los demás surgen los juicios, las envidias, los desprecios, los prejuicios, los enfrentamientos, etc. Esto sólo puede venir del maligno, no de Dios. Jesús nos dice en el pasaje del evangelio de hoy claramente que no juzguemos, porque no nos corresponde a nosotros. Es un error compararnos entre nosotros. La experiencia de elección de Abraham que le lleva a abandonar su tierra es la de descubrir que él es único para Dios y se ha fijado en él por quien es. Le ama y le ha elegido para ser el padre de un pueblo que cambiará el curso de la humanidad. Esta experiencia transformó por completo la vida de Abraham y en la primera lectura lo constatamos.

¿Tú te has sentido así alguna vez en tu vida? Necesitamos darnos cuenta que hemos sido elegidos por Dios, que nos ha hecho sus hijos, que nos ama, y que para Él somos únicos, y realmente lo somos. Hasta desde el punto de vista biológico o genético, no hay dos personas en el mundo que sean exactamente iguales. No te digo de espíritu, manera de ser, etc. Entonces, ¿cómo es posible que nos comparemos? El Señor no lo hace.

Para evitar los comparaciones o que estemos todo el día juzgando a las personas, necesitamos que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros. Tenemos que pedir y formar un corazón tan «mísero», tan pobre en el buen sentido de la palabra, que se ponga en el lugar del otro y lo acoja, lo acepte tal y como es, para poderlo amar como Jesús nos ama. Ya se que no es fácil, pero no es imposible. Incluso, es el camino para madurar en nuestra fe, para quitarnos «la viga del ojo» que no vemos. Por ello, continuamente acogemos el evangelio en nuestra vida para imitarlo y vivirlo, para que el Señor transforme nuestro corazón y acojamos a los demás con misericordia.

Prueba y no pierdas más el tiempo, porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. Espera en su misericordia y no juzgues.