Haciendo deporte con una persona que nos hemos conocido hace unos meses, me comentó que una de las cosas que llamó la atención cuando hablamos la primera vez era la paz que transmitía. Me preguntaba porque era cristiano y cómo había encontrado mi fe. Yo le respondí que a quien había encontrado era a Jesucristo y que había cambiado mi vida, de tal forma, que no puedo imaginármela de otra manera. Vivo una vida nueva que crece desde mi interior cada día más y produce esa paz interior que el percibe.
San Pablo en la segunda lectura nos recuerda la fe que tenemos, que nos está salvando, y por la cual tenemos que andar en una vida nueva. Esta es la vida en la que yo me siento y he caminado desde que el Señor tocó mi corazón hace tantos años. Seguro que tú también compartes estas impresiones desde tu experiencia personal. Cuando nos surge la alabanza que describe el salmo 88 en nuestro ser, hemos dado el paso que nos está transformando y estamos viviendo esta vida nueva que viene del Señor ¿Por qué sucede esto? Porque hemos sido bautizados y por tanto sepultados con Cristo en la muerte, para que el mismo Cristo nos resucite a una vida nueva.
Esta semana hemos ido recorriendo en las lecturas de la Misa aspectos y acciones de Dios en los que, a través de la fe, nos van transformando y llevando a una vida auténtica y plena, una vida nueva. Poco a poco, yo voy tomando conciencia de ello y profundizo, y no dejo de caminar en esta vida ¿Tú también lo haces?
Eliseo caminaba en una vida nueva como profeta de Dios y así lo percibió esta mujer principal de Sunén que se convirtió y dio un giro fructífero su vida. Esta vida nueva nos convierte en enviados de Dios por el don y la misión recibidas; el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado. No podemos olvidar que también somos testimonio para muchos otros que no viven una vida nueva, sino vieja. Una vida de «pasados», de perdidos, de vacío, de sin sentido y con hambre atroz de verdad y paz interior.
Nuestra vida es oportunidad, orientación y luz para otros que recibirán su recompensa igual que nosotros la estamos recibiendo. No le demos más vueltas, ni nos quedemos parados o acomodados. Andemos en una vida nueva.
Jesús es el hombre que nunca mira a lo obsoleto, lo desechable por usado y viejo. Su mirada se dirige al aquí y ahora, donde todo puede estrenarse y ser nuevo.
Es necesario tener la capacidad de renovación, de transformar todo cuanto ha podido dañanos, y «volver a empezar» con savia nueva, sabiendo beber del agua viva que Jesús nos ofrece cada día, convertida en vino nuevo de Amor.
No es preciso «renegar» de la vida pasada, sino asumir cuanto nos hizo daño, nuestros errores, no quedarnos «anclados» en el remordimiento y lamento, sino darnos una nueva oportunidad, al igual que el Señor de la Vida, nos regala cada día.
Sin duda, las experiencias de la vida, no deben quedarse en la apariencia y vaciedad, pues han tenido un sentido. Ahora bien, ¿quiere esto decir que nuestras actitudes y obras han de estar condicionadas por todo cuanto es caduco, sin otra salida, otra opción, tal vez, más humana?.
Nueva vida es hacer latir nuestro
corazón al ritmo de los «signos de los tiempos», ese Universo de luz que en medio de la noche, me invita a mirar con fe confiada, el tintineo de las estrellas y saber escuchar cuanto me dicen.
Nuestra actitud no debe ser una moda más, el frívolo derroche del tiempo, sino la promesa que ha de irse cumpliendo en el aquí y ahora de nuestra vida, llena de frutos buenos y abundantes.
Miren Josune