Este mártir del siglo II murió en Roma durante la persecución de Valeriano. Cuatro días antes sufrió martirio el papa Sixto II. Se cuenta de él que administraba la economía de la Iglesia y que cuando el emperador le pidió que le entregara las riquezas presentó a una muchedumbre de pobres entre los que había repartido los bienes. San Lorenzo era español y de él dijo san Agustín que administró la sangre de Cristo, como diácono, y que derramó la sangre de Cristo. Podemos pues decir que configuró su vida totalmente al ministerio que se le había encomendado. No había en él esa duplicidad en que puede caer la vida cristiana, en la que reservamos algunas horas para Dios permaneciendo nuestro corazón lejos de Él. Por eso en la oración colecta de hoy se dice: “concédenos amar lo que él amó y practicar lo que enseñó”. En todos los santos reconocemos el rostro de Cristo, pero en los mártires de una manera especial e muestra esa configuración que llega hasta la muerte.

La palabra mártir significa, en griego, “testigo”. Si toda la vida de Lorenzo sobresalía por su caridad, en la muerte dio prueba de que ese amor tenía su fundamento en el que recibía de Cristo. Se sabía amado por Cristo, amaba a los pobres porque reconocía en ellos la presencia misteriosa de Cristo y quería amarlos con el mismo amor de Cristo.

Las lecturas de hoy nos recuerdan la importancia de la caridad para el cristiano. En la primera san Pablo señala que hay que dar con generosidad y que, de hecho cada uno recogerá según lo que haya sembrado. Podemos preguntarnos si el hecho de que nuestra vida en ocasiones la experimentemos como incompleta o insatisfactoria no se debe a nuestra tacañería en el amor. Dice también el apóstol que a quien “da de buena gana lo ama Dios”.

El mismo apóstol recuerda que todo bien viene de Dios al decir que es Él quien “proporciona semilla al que siembra y pan para comer”. De manera que quien obra el bien sabe que Dios siempre lo mantendrá en ese bien. En el mismo sentido leemos en el salmo que el corazón del justo permanece firme en el Señor y por eso no vacila ante las dificultades.

Por otra parte, en el evangelio, Jesús compara al hombre con una semilla. Para que esta pueda dar fruto es preciso que muera. Si la semilla permanece intacta, por muy buena que sea en su potencial, no fructifica. El ejemplo, de manera directa, se refiere al mismo Jesús que murió por nosotros y resucitó rescatándonos de las ataduras del pecado. Pero en sentido más amplio se refiere a todos los hombres. Quien se ama a sí mismo y ordena a ello sus fuerzas, lo único que hace es malograr su vida. Por el contrario quien hace de su vida una ofrenda a Dios en el servicio a los demás, gana su vida. Aparentemente puede parecer que desaprovecha lo que ha recibido porque no lo ordena a su propio bien. Sin embargo, actuando de esa manera, anticipa ya en esta vida la salvación que le espera en la eterna. Por eso podemos pensar que cada uno de nosotros, en la resurrección del último día, brillará según el amor que hayamos dado en esta vida.

Pidamos por intercesión de san Lorenzo que sepamos amar a los demás por amor a Dios y que éste nos haga fuerte ante todas las dificultades.