En la madrugada del 1 de Noviembre de 1950 una multitud de personas acompañan con antorchas una gran imagen de la Virgen desde la Basílica de Santa Maria en Araceli hacia la Basílica de San Pedro. Más de doscientos cincuenta mil peregrinos han venido a la plaza para un evento único, en un nuevo pentecostés de lenguas y razas. Entre toda esa gente, gobernantes de muchas naciones del mundo y autoridades políticas como Alcide De Gásperi -uno de los padres de la futura Unión Europea-. Todos están esperando el momento en que Pio XII defina el dogma de la Asunción de la Inmaculada Virgen María. Iniciada la liturgia se pide a toda la plaza que rece al Espíritu Santo, y todos los asistentes, puestos de rodillas, cantan el Veni Creator Spiritus antes de ser pronunciada la definición dogmática que va a ser recibida entre una algarabía de aplausos.

Es el misterio en el que «la Santísima Virgen María cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del Cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo» (CIC 974).

María es la tierra virgen que Dios va a tomar entre sus manos para crear de nuevo a la humanidad. Ella fue preparada por Dios haciéndola inmaculada desde su concepción para que un día pudiera ser la madre del Hijo de Dios hecho hombre. Y ella, manteniendo en todo momento su virginidad, alberga en sí el misterio de una nueva humanidad, donde su cuerpo y su alma, ha quedado  unido a Dios y santificado de un modo singular.

Escucha ahora y comprende cuando María dice: «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí».  ¡Ciertamente! ¡Ha hecho obras poderosas en María de Nazaret!

Y la última de esas obras que hizo Dios en la vida de María fue su asunción en cuerpo y alma a los Cielos, anticipando en ella lo que un día tendrá que ocurrir en nosotros. Así,  todo lo que soy «cuerpo-y-alma», esto es, «materia-mente-espíritu», será transformado para vivir en el nuevo cosmos transfigurado, lleno de luz, justicia y dignidad. Nada de mi yo se pierde, tampoco la materia que forma mi yo, porque yo no puedo entenderme sin mi cuerpo. Y mi cuerpo no puede entenderse sin mi espíritu.

Por otra parte, ella nos lleva a mirarnos como «arcas de Dios», templos donde Dios habita y donde los demás pueden encontrarse con él. ¡Qué alta dignidad para cualquier persona!

Por eso, permíteme que me dirija a ti  ahora, que estás leyendo este comentario. Me gustaría que te pararas un momento y te fijaras en todo lo que eres: en tu físico y en tu yo interior,  descubre la morada de la Trinidad en tí, mira lo grande que eres por dentro y piensa en la dignidad de tu cuerpo, y piensa también en todos los que te vean hoy… ¿Descubrirán en tu rostro, hasta en tu manera de vestir, la Belleza de tu vida? ¿Cuando piensas en la Virgen ves en ella la inmensa belleza de su vida? Medítalo. Porque te estás asomando al misterio de la Asunción de la Virgen María.