Comentario Pastoral

SONDEO DE OPINIÓN

Las encuestas y los sondeos hoy abundan que es una barbaridad. Pero no son cosa de ahora. Aunque ahora se hagan con más técnica y se utilicen medios más sofisticados para tabularlas e interpretarlas, ya Jesús de Nazaret hizo su propio sondeo. La pregunta clave fue: ¿Quién decís vosotros que soy yo?”. Pregunta sin ambajes, directa, comprometedora incluso. Pregunta que hoy reitera Jesús a todos sus seguidores, a todos los que nos llamamos cristianos. Pregunta que está exigiendo una respuesta, por nuestra parte, clara, decidida, rotunda. Como fue la respuesta de Pedro.

Entonces la sola palabra de Pedro le sirvió a Jesús. Pero para el mundo de hoy no valen las solas palabras. Necesita hechos de vida, ejemplos concretos, actitudes convincentes. A Cristo hoy también le vale nuestra confesión sincera al proclamarle Hijo de Dios vivo. Pero al hombre de hoy no le basta esta palabra. Necesita ver nuestro compromiso. Compromiso que puede ser defender al inmigrante que la ley no protege; abogar por el derecho a la vida en toda circunstancia; aceptar a nuestro lado al que no tiene una casa donde vivir; solidarizarse con los necesitados; promover una enseñanza digna y que lleve a una formación integral del hombre; combatir la droga asesina y ayudar a redimirse a los que han caído en ella; dar, en fin, al hombre motivos para vivir y razones para esperar.

En el amplio campo del mundo hoy hay tarea para todos. En la profesión, en el trabajo, en la familia, en la política, en la economía, en el tiempo de vacaciones y en el tiempo del trabajo arduo, el cristiano tiene que decir, con su estilo de vida, con su testimonio concreto, y también ¿por qué no? a veces con su palabra quién es Jesucristo. Hay que dar razón de nuestra esperanza a quien nos la pida. El hombre de hoy necesita esa razón y nos la exige. Nuestra responsabilidad es dársela. Eludirla es cobardía. Asumirla es nuestra grandeza.

Pedro al dar razón de su fe es constituido fundamento de la Iglesia y recibe, bajo el símbolo de las llaves, la nueva autoridad y responsabilidad que se le confía. La fe que confiesa Pedro le transformará también su propio papel en la vida, como lo indica el cambio de nombre.

Basados en el fundamento de la sucesión apostólica celebramos el esplendor de los carismas, la armonía de la unidad y la gozosa posibilidad del perdón.

Andrés Pardo

 

 

Palabra de Dios:

Isaías 22, 19-23 Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6 y Sbc
san Pablo a los Romanos 11, 33-36 san Mateo 16, 13-20

 

de la Palabra a la Vida

¿A quién dejaríamos nosotros las llaves de nuestra casa? ¿A quién daríamos poder absoluto para decidir sobre unos u otros invitados? El Señor pone en manos del pescador el cuidado de su casa del cielo. Su respuesta creyente hace de él administrador, cuidador sorprendente del lugar más luminoso y feliz que se pueda imaginar. De nuevo nos encontramos, por tercera semana consecutiva, la importancia de una respuesta creyente, como la del mismo Pedro en el lago de Galilea o de la mujer cananea en Tiro y Sidón.

Sin embargo, lo que sostiene la respuesta del pescador, lo que fundamenta el acierto de sus palabras y, sobre todo, la promesa de Cristo, es su fidelidad. Cuando la Iglesia le dice en el salmo: «no abandones la obra de tus manos», en realidad está reconociendo que no la va a abandonar, que va a perseverar en ella. El Tiempo Ordinario es siempre una invitación a fijarnos en el misterio de la constancia de Dios, que se manifiesta en nuestra vida a través de la debilidad, para que no nos cueste advertir que la vida no es obra nuestra, que el seguimiento de Jesucristo y la construcción de su Reino no son una decisión calculada por nuestra parte, sino una decisión amorosa y firme por la suya.

Por eso, Pedro no será como Sobná, mayordomo de palacio, que perderá las llaves del mismo por su infidelidad: en Pedro la Iglesia ve con asombro cómo la debilidad, el pecado del pescador se verán curados por la inmensa fidelidad del Hijo que persevera en su promesa inicial con una confianza mayor. La confesión de Pedro da pie a las palabras confiadas del Señor: «sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». En la medida en la que Pedro aprenda a vivir en el misterio de Cristo, en la presencia constante y oculta del Señor, se fortalecerá el vínculo entre la Iglesia y Cristo.

El magnífico hogar al que el Señor ha ido a prepararnos sitio y del que ha entregado las llaves a Pedro para que abra y cierre según su criterio tiene una puerta de entrada que no es la fidelidad de Pedro, sino la fidelidad de Cristo. Este escándalo sólo puede ser acogido con humildad, sólo como experiencia de fidelidad del Señor, pues la obra que sale de las manos de Dios se ha construido con una piedra angular que es Cristo, y Él la sostiene, como signo de su fidelidad que nosotros podemos contemplar y en el que podemos alojarnos. Entrar en la Iglesia, en la celebración de la Iglesia, es participar en el misterio de la fidelidad de Dios, requiere una actitud necesaria para que sea fructífero, para que de verdad nos sintamos acogidos en casa: no lo hemos hecho nosotros, no estamos por mérito nuestro en esa casa ni participando de esos misterios porque hagamos las cosas muy bien. Solamente asi Pedro puede tomar en sus manos las llaves que Cristo le entrega, no por sabiduría propia, «de la carne y de la sangre», sino «del Padre que está en los cielos». Y celebrar en la Iglesia significa que el Señor no abandona la obra de sus manos, la obra de la liturgia, obra de la Santísima Trinidad. ¿Cómo podría el corazón de Pedro creerse digno del cielo por esas llaves? ¿cómo nos dejaríamos engañar nosotros por nuestra vanidad y creernos dignos del cielo por participar en los misterios? No lo somos, pero estamos unidos al Señor, que sí que lo es, y que nos hace dignos. Vivir en la Iglesia y celebrar en la Iglesia nos han de hacer trabajar entonces lo que Pedro al recibir el encargo del Maestro: acoger lo que se nos da por mérito del Señor, por la santidad de Cristo.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones

De la oración litúrgica a la oración personal
Prefacio de san Juan Bautista

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
En san Juan, su precursor,
a quien consagraste como el mayor entre los nacidos de mujer,
proclamamos tu grandeza.
Porque su nacimiento fue motivo de gran alegría,
y ya antes de nacer saltó de gozo por la llegada de la salvación humana,
sólo él, entre todos los profetas, mostró al Cordero de la redención.
Él, bautizó al mismo autor del bautismo, para santificar el agua viva,
y mereció darle el supremo testimonio derramando su sangre.
Por eso, con las virtudes del cielo te aclamamos continuamente en la tierra
alabando tu gloria sin cesar:
Santo, Santo, Santo…

 


Para la Semana

Lunes 28:
San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia. Memoria.

1Tesalonicenses 1-5.8b-10. Os convertisteis a Dios, abandonando los ídolos, aguardando la vuelta de su Hijo, a quien ha resucitado.

Sal 149. El Señor ama a su pueblo.

Mateo 23,13-22. ¡Ay de vosotros guías ciegos!

Martes 29:
Martirio de san Juan Bautista. Memoria

1Tesalonicenses 2,1 8, Queríamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas.

Sal 138. Señor, tú me sondeas y me conoces.

Mateo 6,17-29. Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
Miércoles 30:
San Bartolomé, apóstol, predicó el Evangelio en la India.

1Tes 2,9-13. Trabajando día y noche proclamamos entre vosotros el Evangelio.

Sal 138. Señor, tú me sondeas y me conoces.

Mt 23,27-32. Sois hijos de los que asesinaron a los profetas.
Jueves 31:
San Luis de Francia (1214 1270), penitente y caritativo, buen gobernante. San José de Calasanz, (1557 1648), se dedicó a instruir a los niños pobres, fundó los Escolapios.

1Tesalonicenses 3,7 13. Que el Señor os colme de amor mutuo y de amor a todos.

Sal 89. Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres.

Mateo 24,42 51. Estad preparados.
Viernes 1:
1Tesalonicenses 4,1 6. Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación.

Sal 96. Alegraos, justos, con el Señor.

Mateo 25,1-13. ¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!
Sábado 2:
1Tesalonicenses 4,9 11. Dios mismo os ha enseñado a amarnos los unos a los otros.

Sal 97. El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.

Mateo 25,14 30. Como has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu Señor.