Las lecturas de hoy parecen algo contradictorias. Por un lado nos habla el salmo de que la misericordia del Señor es eterna y por otro lado la actitud con el mayordomo de palacio Sobná es durísima hasta el punto de que le echar de tu puesto, le destituye de su cargo y  llama a su siervo Eliacín para que le reemplace. Por otro lado parece que el tema va de llaves y el poder que está unido a ellas tanto en el caso de las llaves del palacio de David como las llaves del Reino de los cielos que le son confiadas por Jesús a Pedro. ¿Cómo se junta  todo esto?

Así como en la vida de toda persona, el pueblo de Israel fue haciendo un camino de conocimiento interior de Dios poco a poco. Durante muchos años se ve que su imagen de Dios es proyección de su forma de pensar. Los seres humanos y, aun hoy en muchos pueblos, asociamos las dificultades, el fracaso o los fallos con una imagen de Dios castigador. Esto lo podemos ver en la primera lectura de Isaías.

Jesús viene a revelarnos como es Dios de verdad, más allá de toda proyección humana. En el hecho de que Jesús elija a Pedro como esa “piedra en la que edificaré mi iglesia” no está basado en que Jesús no conociera las debilidades de Pedro. Precisamente parece que Jesús no tiene problema en reprender a Pedro incluso delante de los demás discípulos cuando los consejos que Pedro le da nos son según Dios. Jesús también predice su negación en el momento crucial de su pasión. Pero aun así Jesús expresa en ésta elección de Pedro su enorme fe en la mediación humana. Esto verdaderamente no está fundamentado en una lógica humana, sino únicamente en un Dios que es verdaderamente Misericordia.

¡Qué bien entendemos a las personas que nos dicen:” ¿Y yo por qué me tengo que confesar con una persona igual de pecadora que yo llena de fallos? ¡Yo me confieso con Dios en directo!”

¡Verdaderamente es una locura de misericordia que recibamos el perdón y la misericordia a través de las manos y palabras de un sacerdote! Pero Dios sabe que necesitamos de gestos humanos, de la palabra de otro que nos absuelva ya que una de las cosas más difíciles es perdonarse a uno mismo.

Esta mediación humana en la que tanto cree Jesús no solo se refiere a los sacerdotes, sino a toda persona. La misericordia de Dios es tan grande que no sólo nos quiere y perdona siempre, sino que cuenta con cada uno de nosotros para expresar ésta calidad de amor a los demás a través de nuestros gestos, reacciones y palabras.

Si pensamos en nuestras propias vidas, ¿cuándo hemos comprendido lo que es el verdadero amor, el perdón y misericordia? Pues cuando mi madre me perdonó aquella forma tan desagradecida de tratarla, cuando aquel amigo no me retiró su confianza a pesar de fallarle, etc. ¡Con esto nos está expresando Dios  la máxima valoración de nuestras personas y de nuestra humanidad!