Lo de “evangelizar a los pobres” suena a mantra tibetano. Parece que si no lo decimos alguna que otra vez, no estamos con los tiempos que corren. Como si lo de ser pobre fuera algo propio de los tiempos modernos. Se nos ocurren todo tipo de iniciativas estrella, de planes, de métodos, de reuniones, para programar, analizar y describir el problema acuciante de la pobreza material, pero, puede que, al final, sigamos yendo a lo nuestro…

El Señor también habla de “evangelizar a los pobres”; es más: anuncia a todos en la sinagoga de Nazaret que esa era su misión. Quizá los que estaban allí presentes, judíos casi todos, se sintieron aludidos, porque no solo se molestaron con esas palabras, sino que lo empujaron fuera del pueblo, con la intención de despeñarlo por un precipicio. En realidad, que el Mesías se presente así, entregado totalmente a los pobres, molesta a cualquiera, porque me obliga a desinstalarme de mi comodidad y a pasar de la compasión teórica a la acción concreta. Y, al final, puede que sigamos yendo a lo nuestro…

En realidad, tendríamos que preguntarnos cuáles son nuestras riquezas, cuáles son esas ambiciones, seguridades, falsos derechos, etc., que nos llenan el corazón de falsas y efímeras riquezas. Quizá nuestra gran pobreza es nuestra ambición: ambición de mí mismo, de mi comodidad, de mi seguridad humana, de mi buena reputación, de mi tiempo, de mi agenda, de mi me conmigo… Ambición de ego, en definitiva, que nos hace ser, quizá, más pobres que los que no tienen pan para comer. La pobreza de “ir a lo nuestro”, de pasar olímpicamente del otro, o por encima del otro, o contra el otro… El avaro de sí mismo es el más pobre, porque en el trono del corazón no reina Dios sino la ambición de mi yo. Y eso nos aboca a una soledad, que es también otra de nuestras pobrezas. Aunque hagamos muchas cosas buenas, aunque estemos rodeados de gente, aunque sea famoso, aunque todo me vaya bien… no hay mayor pobreza que no tener a Dios, o sustituirlo por mi ego.

Sí, evangelicemos a los pobres, pero a estos pobres que no tienen más cosa que a sí mismos. Porque es más fácil dar un poco de tu tiempo, de tus bienes, de tu dinero, etc., que darte a ti mismo. Y pobre es también el que no se entrega a los demás, sino a uno mismo, aunque sea sirviéndose de los demás, o con la excusa de los demás. El Señor vino a evangelizar a los pobres, porque no hay mayor pobreza que el pecado. Sí, aunque eso del pecado no sea precisamente un mantra tibetano acorde con nuestros tiempos modernos…