Puestos a regular, los judíos de la época de Jesús se llevaban el record guinness. Abrumaban a la gente con cientos de preceptos, muchos de ellos minúsculos e inútiles, con tal de conservar su status religioso y su puesto de honor entre las gentes. Debían predicar muy bien en las sinagogas, porque la gente les creía y hacía caso, a pesar de que veían que ellos no cumplían lo que mandaban. Y, todo en nombre de Yahvé y de la fidelidad a la alianza, porque si fallaban alguno de esos mandatos podían tener asegurado, si no la condenación, por lo menos, el sheol.

En realidad, no se trata de tirar todas las normas por la ventana. No. Esas normas nos guían hacia la verdad de lo que somos ante Dios y, por lo tanto, tenemos que verlas como hermanas mayores que nos llevan de la mano. Pero, otra cosa muy distinta es sustituir a Dios por esas normas y agarrarnos a ellas, como si fueran un flotador, porque si no tenemos asegurada si no la condenación, por lo menos, también el “sheol”. Convertir nuestra fe cristiana en un código de cumplimientos, que con el tiempo nos va dando puntos y méritos, y hasta nos va generando derechos, es caer en el legalismo de los antiguos judíos y convertir la religión en la casa del terror. Nuestra relación con Dios no puede ser una cartilla de supermercado: cuanto más compras, más puntos te dan y cuantos más cartones rellenes más juegos de sartenes te llevas. Así de fácil en el supermercado, pero con Dios la mecánica no funciona.

Agarrarnos a nuestras seguridades espirituales es una forma de idolatría, que, además, nos infla el ego, porque termino creyendo que cuantos más cartones rellene con mis cumplimientos, más méritos celestiales me corresponden en el día del juicio. Y entonces empiezo a medir a los demás según la medida de mis cumplimientos, y a juzgar a todos según lo que yo hago o deshago. Voy apuntando en mi libreta todos los propósitos, devociones, conquistas, etc., que hoy he logrado para enseñárselas al Señor cada noche, no sea que Él, con tantos problemas que tiene, se le olvide llevar la cuenta. Y así, convertimos nuestra vida espiritual en la cartilla del súper.

El Señor es también Señor del sábado. Está por encima de nuestras obras, aunque quiere que también le ofrezcamos nuestras obras. Porque, como sabe de la pasta que estamos hechos, si no nos esforzáramos ni siquiera por cumplir, convertiríamos nuestra vida espiritual no en una cartilla del súper sino en un melodrama romántico, lleno de grandes sentimientos y emociones, que no nos moverían del sillón de nuestra comodidad.

Es el momento de ver si, por encima de nuestras espigas, de nuestros sábados, de nuestros propósitos y cumplimientos, realmente el Señor es, eso: Señor.