II san Pablo a Timoteo 4, 9-17a

Sal 144, 10-11. 12-13ab. 17-18  

san Lucas 10, 1-9

La primera lectura de hoy pertenece a la carta que san Pablo dirige a su discípulo Timoteo. En ella se desahoga el Apóstol expresando la soledad a que lo han reducido sus compañeros. Frente a ello señala la compañía que le ofrece el Señor. Abandonado por todos siente la fortaleza que ofrece Jesucristo. El testimonio es conmovedor y, al mismo tiempo, una lección para todos nosotros.

Es frecuente que lamentemos cuando un amigo nos deja solos o nos traiciona. Eso es lo que le pasó a san Pablo. Algunos hubieron de ir a la misión pero otros, sencillamente, se apartaron de él por amor al mundo. Incluso, acusado ante las autoridades romanas, hubo de defenderse solo, sin el apoyo moral de nadie. Prefirieron irse, antes que acompañar a quien, a los ojos del mundo, estaba condenado. Pero el Apóstol no se queda en la constatación de lo humano sino que percibe también la presencia escondida de Dios. Por eso dice “el Señor me ayudó y me dio fuerzas”. Esta es la parte imnportante de la enseñanza: darse cuenta, cuando todo lo humano falla, de que Jesucristo sigue a nuestro lado y que es nuestro verdadero refugio.

Si Pablo hubiera puesto sus esperanzas sólo en sus compañeros ahora sería un hombre muy desgraciado. Pero él los había abrazado en la amistad con Cristo. Nosotros también hemos de aprender a poner a Jesucristo como fundamento de todas nuestras relaciones. En el matrimonio, el sacerdocio o en cualquier grupo de apostolado si no nos apoyamos firmemente en Jesucristo, en cualquier momento puede pasar que todo nuestro mundo se tambalee y nos hundamos. Jesús, como decían aquellas estampas antiguas, es el amigo que nunca falla.

Esa misma enseñanza es la que encontramos en el Evangelio. Jesús advierte a sus discípulos que los envía como corderos en medio de lobos. Esos lobos no siempre están fuera de los ámbitos de la Iglesia. No se trata solo de las dificultades que va a encontrar el discípulo para anunciar el Evangelio. En ocasiones, lamentablemente, son los más cercanos los que se ponen en contra, como le sucedió a san Pablo. Por eso Jesús añade la enseñanza de que no hay que ir demasiado precavido para la misión. No llevar talega ni alforjas, etc… no sólo es una indicación respecto de los bienes materiales sino también una invitación a poner toda la confianza en Jesucristo y sólo en Él.

Cuando se anuncia el Evangelio de la gracia sólo puede contarse con los medios de la gracia. No basta con apoyar una buena causa, sino que hay que ser respetuoso con ella. Predicar el Evangelio supone hacerlo con los medios del Evangelio. Jesús otorga a sus colaboradores la ayuda necesaria, pero siempre y cuando se apoyen en Él con absoluta confianza. En esa situación es como el apóstol pudo “anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los creyentes”.

Que la Virgen María, que conoció la soledad al pie de la cruz, pero que nunca dejó de confiar en su Hijo nos enseñe a poner toda nuestra vida y nuestros apostolados en manos de Dios.