Muchas veces me he fijado en cómo están los alumnos cuando falta el profesor en clase. Instintivamente, ante la ausencia de un adulto que les sirva de referente, empiezan a jugar. Lo hacen confiados en que cuando llegue el profesor tendrán tiempo de volver a sus sitios y portarse como si nada hubiera pasado. La experiencia indica que pocas veces sucede así y que el profesor acaba riñéndolos.

A menudo nos olvidamos de que siempre hay que estar disponibles para Dios. El evangelio de hoy nos lo recuerda desde una perspectiva escatológica. En cualquier momento puedo ser llamado por Dios y debo estar preparado para comparecer ante Él. Pero, alargando la enseñanza, descubrimos que hay que estar presto cada día, porque la voluntad de Dios se manifiesta en cualquier momento. ¿Por qué determinados santos ante hechos que estaban a la vista de todos reaccionaron de una manera distinta? La razón es simple: tenían ceñida la cintura y encendidas las lámparas. La imagen de los sirvientes, utilizada por Jesús para ilustrar su enseñanza, nos ayuda en esta interpretación. Hay un dicho popular que dice: “El ojo del amo engorda al caballo”. Se significa con él que si el dueño o el jefe está presente, todos los empleados rinden más.

Ocupados en las cosas terrenas puede sernos fácil olvidar que Dios siempre está atento a todo. No lo hace como un jefe que quiere sorprendernos en un error, sino como Padre Providente que piensa en cada uno de nosotros y nos cuida. La fe nos ayuda a mantener nuestra vista puesta en Dios en todas las circunstancias.

Recuerdo a un cartujo que una vez me dijo: “En su celda, el cartujo vive de la sola fe”. Lo decía porque los monjes tienen una serie de prácticas y devociones que deben cumplir cada día, pero que no son vigiladas por nadie. Quedan entre el monje y Dios. Pensando en ello caí en la cuenta de lo importante que es hacerlo todo con el máximo amor posible, rezar con verdadera devoción también cuando estamos totalmente solos y determinadas prácticas que pueden ser rutinarias como el ofrecimiento de obras por la mañana o el examen de conciencia antes de retirarnos a descansar. Es decir, hay que hacerlo todo siendo delicados con Dios que, lo sabemos por la fe, está ahí con nosotros.

La conciencia de mirarnos mutuamente es fuente de un gran gozo espiritual. Sabemos que Él no deja de estar atento a nuestras necesidades y, al mismo tiempo, gracias al don de la fe, tenemos conciencia de su presencia. Por experiencia conocemos lo duro que es esperar, sobre todo cuando desconocemos el momento oportuno. En esa situación es fácil bajar la guardia y desanimarse. También en la vida cristiana nosotros hacemos un camino cuyos plazos no dependen de nosotros. No sólo respecto de la vida eterna sino también de los progresos que nos gustaría alcanzar y que no siempre se rigen por nuestro calendario. Hay que saber esperar. También así le mostramos nuestro amor a Dios.