Comentario a las lecturas:

Lm 3, 17-26

Sal 129

Rom 6,3-9

Jn 14, 1-6

¿Cuál es el beneficio que pueden obtener nuestros difuntos en este día o cuando les aplicamos una misa? Es necesario entender bien la importancia de esta conmemoración litúrgica de los fieles difuntos.

Gracias a la infinita misericordia de Dios, tenemos la esperanza de que nuestros familiares difuntos si no están en la bienaventuranza de los santos, continúen caminando hacia ella en la iglesia purgante.

La preciosa verdad de la “Comunión de los santos” nos explica que todos pertenecemos al Cuerpo Místico de Cristo. Este Cuerpo Místico lo formamos los miembros del Cielo, los de la Tierra y los del Purgatorio. Todos estamos unidos por vínculos sobrenaturales entre nosotros y con Cristo, nuestra cabeza. Por eso, como miembros de un mismo cuerpo, podemos ayudarnos unos a otros. Podemos interceder unos por otros. Desde el Cielo, interceden y nos cuidan los santos, desde la tierra podemos ayudar a purificar a los que transitan hacia la morada del Padre.

En la casa santa hay muchas estancias -dice Jesús-, es el sitio preparado por Cristo para todos nosotros. Pero vivir en su casa supone vivir en el Amor, es más, “ser Amor puro”. Cuando asistimos a misa, nuestra vida se acerca más a Dios, se purifica, se santifica. Nuestra existencia ofrecida en el ara del altar es transformada, se diviniza. Del mismo modo, cuando ofrecemos en el altar a nuestros fieles difuntos, los hacemos presentes en la Eucaristía, los acercamos más a Cristo cabeza, adquieren una mayor purificación de sus almas y de su amor. Decía Pio XI que la Iglesia en oración, la Iglesia en la Eucaristía, es el más hermoso espectáculo para el cielo y para la tierra. Porque en ella se estrechan los lazos de todos los hermanos entre sí y de todos con Dios.

Hoy solemnemente damos gracias por este inmenso regalo recibido en Cristo. Él siendo el mismo autor de la vida adquirió sobre sí la mortalidad para que vivos y muertos “andemos en una vida nueva”. Este es el secreto de nuestra esperanza. Ser cristianos es vivir en Cristo: imitarlo en todo, en sus palabras, sus obras, su amor, también en su muerte. Escucha bien al apóstol:  “Muriendo con él, también viviremos con él  (como lo hemos hecho en esta tierra), pero ahora resucitados en una resurrección como la suya”. Por tanto, la celebración de la solemnidad de los fieles difuntos nos transmite una nueva perspectiva a la vida cotidiana. Como decía una mística de nuestro tiempo:  “la existencia en esta tierra, por la resurrección de Cristo, es una casa que se empieza a construir aquí pero en la que se vive definitivamente allí”.