Jesús nos invita cada día al banquete de su amor, a vivir con El, a no pasar necesidad ni tener que buscar inútilmente la felicidad fuera y el domingo muy especialmente en la Eucaristía: “¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios! El le respondió: Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos.”

Lo sorprendente no es solo que los invitados al banquete le ponen excusas, sino el tipo de excusas que alegan: «He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses.» Y otro dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses.» Otro dijo: «Me he casado, y por eso no puedo ir.»

Si reflexionamos un poco la historia se repite hoy. ¡Cuántas veces dejamos de acudir a un compromiso en la iglesia como puede ser la catequesis de confirmación porque hay futbol o hacemos de nuestros hobbys el número uno en nuestra lista de prioridades! Andamos sencillamente distraídos y dispersos en medio de una sociedad consumista del bienestar que nos ofrece mil y una distracciones. Sin embargo el Evangelio nos muestra quienes están a punto para el banquete: los pobres.

¿Por qué? ¿Por qué no tienen otra cosa? Puede ser, pero también conozco muchos casos de personas humildes y con poquísimos recursos que viven a Dios como su absoluto. Las personas que están más expuestas a los devenires de la vida han experimentado muchas veces que Dios les sacaba adelante y les daba salida en situaciones humanamente imposibles. ¡Cuántos niños de Marruecos, Argelia y otros países africanos escapan de la penuria de sus familias completamente solos, cruzando desiertos y vayas y llegan a Europa milagrosamente! Muchos de estos niños claman a Dios y experimentan que, en medio de muchos sufrimientos, Dios les ayuda y les reconforta en la mesa de su Amor.