Santos: Cecilia, virgen y mártir; Filemón, Apfías, Columbano, Ultán, confesores; Agapión, Sisinio, Agapio, Julián, Ulberto, Marcos, Esteban, Mauro, mártires; Pedro Esqueda Ramírez, sacerdote y mártir; Pragmacio, obispo; Daniel, Sabiniano, abades; Eugenia, Trigida, abadesa de Oña.

La antigüedad de su martirio y la amplitud de su recuerdo hicieron que su nombre esté presente en el canon de la Misa. También por este motivo, son numerosas las dedicaciones de templos a su nombre y puestos bajo su protección.

Lo extraño es que, a pesar de tanta y tan notoria devoción, se sepa tan poco de su vida; y digo saber, porque lo que nos ha llegado contado sobre su martirio en la «pasión», escrita muy tardíamente (s. VI), no es fiable desde el punto de vista histórico.

Suelen presentarla como perteneciente a una familia ilustre, de la nobleza romana, del linaje de los Cecilios, anteriores a Cristo y emparentados con Metelos y Pomponios. A Cecilia le señalan como antepasadas a Caya Cecilia y a Cecilia Metea, sin que en realidad sean estos datos demostrables; colocarla dentro de la flor y nata de los patricios romanos podría deberse al vivo deseo de ensalzar la figura de la santa o a la necesidad de cubrir la ausencia de datos con una mera posibilidad.

Dicen que se quedó huérfana desde pequeña, que la instruyó en la fe el obispo Urbano y que se bautizó a los trece años. La presentan los escritos dedicada a la oración, con obras de penitencia y asistiendo a los oficios de culto sin remilgos ni disimulos, aunque los tiempos no estaban para muchos aspavientos. ¡Qué otra cosa podían hacer los dados a la hagiografía si tienen que hablar de la vida de una santa y no disponen de materiales que le sirvan para su intento! Es lógico que apliquen a su figura todas las virtudes que son concebibles en su vida cristiana y quizá también deseen hablar de las que deberían tener los lectores de su vida para sentirse animados a su imitación. Se muestran extremadamente explícitos en hacer mención de la generosidad que Cecilia demostraba con las colas de pobres que se acercaban a la puerta de su casa en la Vía Apia donde siempre había un plato de sopa caliente y unas limosnas. Y aún son más las alabanzas a la santa cuando se explayan en poner de relieve la radicalidad de su fe hasta el punto de formular en su temprana edad un voto de castidad que puso bajo la custodia de su Ángel.

Lo sorprendente para el hombre de nuestro tiempo tan refinado y culto es que contrajo matrimonio con Valeriano y fue en la misma noche de bodas, después de las capitulaciones matrimoniales, cuando manifestó a su esposo el voto de virginidad que había hecho y lo importante que era respetarlo porque era nada menos que su ángel quien la defendería ante cualquier atropello. Pero lo más insólito del caso es que Valeriano –mucho debía amarla– no se sintiera defraudado por tal planteamiento y aceptara la condición de buen grado.

Valeriano y su hermano Tiburcio son dos mártires bien documentados en la iglesia de Roma. Se convirtieron del paganismo a la fe y dieron su vida por ella. Igual que Cecilia, que fue condenada a muerte por decapitación, probablemente en tiempos de Marco Aurelio, sin que los primeros golpes de hacha sobre su cuello le llegaran a hacer daño.

Tampoco se sabe muy bien de dónde le viene a la santa su patronazgo sobre la música ni su protección a los amantes de las corcheas. ¿Sería por aquello de que «cantaba a Dios en su corazón»? Eso es lo que sucede cada vez que se reza a Dios con toda el alma. Quizá alguien, al leerlo en su passio, llegó a pensar en Cecilia, soprano acompañada de instrumentos musicales, y luego se decidió a divulgar la figura pintándola con su órgano.

Aunque no siempre fue así; Stefano Maderna, artista no muy conocido, esculpió la figura de santa Cecilia en mármol de Carrara, haciendo una estatua yacente, con las manos entrelazadas, mostrando una el dedo índice y la otra tres, simbolizando la fe inquebrantable en la unidad divina y en la trinidad de personas. En el altar mayor de la iglesia de su nombre, en el Trastévere romano, puede contemplarse la efigie junto a las reliquias milagrosas de la santa.

Como Cecilia ya trasciende el tiempo y está por encima de los defectos humanos que ella sabe comprender y disculpar, atenderá la súplica de los aún viandantes para formar parte un día del maravilloso coro del cielo, sin importarle mucho que seamos sordomudos, tengamos mal oído o no seamos capaces de disfrutar del pentagrama.