¡Qué pronto se desvirtúan las cosas con el tiempo! En cambio, qué importante es saber ir a la razón de ser de las cosas. Todo tiene un sentido y cuando las cosas lo pierden se convierten en un sinsentido.

Jesús, el Logos, es quien da sentido a todas las cosas. Este es el motivo del acto profético que Jesús realiza al entrar en el templo de Jerusalén. No estamos, sin más, ante un episodio de un enfado de Jesús. Estamos ante una de las acciones más mesiánicas de Jesús: hacer descubrir el sentido de todas las cosas.

La dinámica del culto en Israel había promovido unos vicios adquiridos. Las necesidades de los sacrificios precisaban animales, eso implica dinero, etc… Y al final, lo accesorio había copado el Templo… ¡Qué pronto se desvirtúan las cosas!

Jesús entra en el Templo y devuelve, con su acción, el sentido del Templo: Mi casa es casa de oración; pero vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos. Lo propio del Templo es la oración, porque lo propio del Templo es que sea un lugar para el encuentro con el Señor. Con esta acción Jesús purifica el culto y el Templo.

Esta misma reflexión nos la podemos hacer nosotros hoy. A veces nuestras prácticas de Piedad carecen de sentido porque hemos puesto el énfasis en lo accesorio y no en lo principal. ¿Cómo entramos en nuestros Templos? ¿Cómo hacemos la genuflexión ante el Sagrario? ¿Cómo nos santiguamos? En el fondo son preguntas que nos ayudan a buscar el sentido de las prácticas piadosas que tienen como finalidad el encuentro con el Señor.

Pero podemos dar un paso más. Nosotros también somos Templo de Dios. ¿Cómo es nuestra vida? ¿Qué hay en nuestro corazón? ¡Ojala sea un lugar de adoración!

Que la Virgen María, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad haga de nosotros un Templo agradable para Dios y una continua adoración.