El otro día tomando un café con amigos, comentábamos la época de incertidumbre y sobresaltos que vivimos. Teníamos todos la impresión de que todo cambia muy rápido y que los cambios se están produciendo en todas partes. El Papa Francisco afirma que estamos ante un cambio de época.

En estos momentos empieza a dar la impresión de que no hay nada sólido y duradero. Lo que creíamos hace unos decenios que no se podía cambiar e iba a ser siempre así, ahora ya no lo conoce “ni su padre”. Es verdad que el relativismo imperante esta poniendo todo «patas arriba»: la visión del mundo, la del hombre, la de la vida, la de la política, la de los países, los principios, las creencias, la familia, etc. Parece que no hay nada inamovible o para siempre, ni siquiera los bancos.

Las lecturas de hoy nos hablan de lo frágil y débil que es lo mundano, de lo caduco que resulta lo construido por el hombre. Todo lo creado frente al Creador es temporal y pasa, hasta el dinero y los bancos, como los imperios o los reinos de los hombres. Hay sólo un Reino que será definitivo y eterno, que aunque construido con nuestra colaboración no vendrá de los hombres: el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido, ni su dominio pasará a otro pueblo, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, y él durará por siempre. Este ya esta entre nosotros y, aunque no termines de creértelo tu formas parte de él o puedes formarla.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, nos dice el salmo de hoy. En la medida que pidamos a Dios que nuestro corazón se incline a Él y lo desee más que a nada (oro, plata, hierro, personas, móvil, televisión, internet, coche, casa, éxito…), nos dejaremos abrazar por el Señor en su amor y alabanza (dice San Ignacio de Loyola) y le serviremos en su Reino. Este es el principio y fundamento de nuestras vidas y no una falsa autorrealización personal que viene del egoísmo y de la tentación que nos aleja de nuestro Hacedor.

Jesucristo es el que nunca cambia, el que siempre permanece, el que te puedes fiar de verdad porque nunca te va a fallar, el Eterno que te salva de tus mediocridades, de tus resistencias internas, de tus miserias que detestas, de tu constante volver a caer en lo que no deseas. Él te llevará a la eternidad de la plenitud de su Reino. Ámale como lo primero en tu vida y se fiel hasta la muerte – dice el Señor – y te daré la corona de la vida.