Comenzamos un nuevo año litúrgico y, por tanto, un nuevo ciclo litúrgico: el B. Y lo comenzamos, como siempre por el tiempo litúrgico del Adviento. La palabra latina «adventus» significa “venida”. En el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Jesucristo. Se abre un camino en las cuatro próximas semanas como una oportunidad para prepararnos en la esperanza y en el arrepentimiento para la llegada del Señor en la Navidad.

 

Es un tiempo que lo podemos aprovechar para pensar todo lo bueno que nos ha concedido el Señor hasta ahora y lo que vamos a hacer para ser mejores hoy y en adelante. Es importante saber hacer un alto en la vida para reflexionar acerca de nuestra vida espiritual y nuestra relación con Dios y con el prójimo.

Para ello, os invito a hacer un plan para que no sólo seamos buenos en Adviento sino siempre. Analizar qué es lo que más trabajo nos cuesta, que se nos ha desajustado en nuestra vida. Luego elegir un punto sólo y trabajarlo para que Jesús lo transforme.

 

Esto es muy importante porque no sabemos cuando se nos acabará el tiempo y vendrá definitivamente Jesucristo ante nosotros. Por ello, el evangelio de hoy nos invita a estar vigilantes y en alerta, a no dejarnos sorprender. Sabemos que la Venida de Jesús en la Navidad está conectada íntimamente con su Venida en el último día. Y como dice San Pablo en la segunda lectura por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho, no carecéis de ningún don. Así que, no podemos perder el tiempo para seguirle, para dejarnos enseñar por Él a amar como Él nos ama.

 

Isaías nos presenta el primer problema que tenemos que solucionar en este tiempo para amar más: el de nuestro pecado. «Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?» En Jesús, Dios ha rasgado los cielos y ha descendido entre nosotros para liberarnos de nuestros pecados. Así, la Navidad es la celebración de las obras maravillosas realizadas por Dios y que nunca hubiéramos podido esperar. Nos ha salvado y por su gracia podemos amar sin límites hasta desterrar el mal de nuestras vidas. Adelante, estamos en camino, ¿a qué esperas para experimentar su misericordia? Aprovecha este tiempo.