¿Dar gratis?, ¿pero no nos han educado en que lo que se da gratis pierde su valor? Incluso esos dispendios de ofertas en los establecimientos son señuelos para que sigas comprando, que ya nos lo sabemos. Si te dan dinero exclusivo de la tienda es porque buscan fidelizar a sus clientes. Que, como decimos en España, nadie regala duros a pesetas.

Por eso detrás de un regalo, salta la previsora sospecha de otra intención. Como esas madres listorras que por el tono de voz hipercariñoso de sus hijos saben que no necesitan su cariño sino que le van a pedir algo. Cuesta tanto la gratuidad que apenas nos fiamos de ella. No sé si el lector recuerda una ceremonia que practicaban los aborígenes del noroeste de los EEUU y que ha sido muy estudiada. Se denominaba el Potlatch. Era una fiesta de despiporre culinario, con mucha carne de foca y bisonte. El anfitrión tenía que mostrar su estatus y poderío por la calidad de sus regalos. Tantos regalos, tanto poder. Los regalos eran el papel de envolver el prestigio. Pero el Señor insiste en el Evangelio, “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. Ojo, que no se refiere a una propiedad, a un bien de consumo, al traspaso de una realidad con peso y medida. Aclarémoslo, lo que los discípulos recibieron del Señor fue la presencia misma de Dios, y ellos permanecieron como sus asombrados testigos.

Los acontecimientos que ocurren en la Sagrada Escritura no son más que la gran preparación al face to face de Pentecostés, cuando entendieron por fin todo lo que había pasado. La gracia de Dios les traspasó los costados y se llenaron del Otro. De lo propio, les quedaba un profundísimo amor por Aquel que había comido y bebido con ellos. Dios puso su presencia, ellos pusieron su entusiasmo, y si en nuestra vida no se da ese cruce al mundo le aportamos muy poco. El que no recibe de Dios, no puede dar más que migajas de sí. Todos tratamos de dar amor a quien se pone a nuestro lado, hacerle una vida más satisfactoria con mucha conversación, momentos de jarana, sacrificios amorosísimos, etc. Pero sin la fuerza de Dios, lo mucho es bastante poco.

Desde aquí se entienden entonces las palabras más oscuras del Señor, como aquellas en las que se antepone al amor del padre y de la madre. Es decir, si Dios no entra en nuestro pecho y no se pone a limpiar el fondo del terrario de nuestra alma, amaremos mal, incluso muy mal a nuestros padres. “El que se niegue a sí mismo, no puede ser discípulo mío”, claro, el que no recoge sus caprichos y los mete en el contenedor de reciclaje, no puede dejar pasar a quien tiene un poder real de transformación.

Y además su fuerza es gratis, sólo cuesta… un poco de amor.