Hoy se proclama en el evangelio el Misterio de la Presentación en el Templo del Niño de Belén y la Purificación de su Madre la Virgen María. El relato comienza en el versículo 22 del capítulo segundo del evangelio de Lucas, evitando proclamar el versículo 21 que nos habla de la Circuncisión y la imposición del nombre (celebrada en el Calendario anterior el día 1 de enero, justo a los ocho días de la Natividad). En el texto que nos ocupa se hace referencia al cumplimiento de los días, pues según la Ley, el día 40 del nacimiento, todo varón primogénito debía ser rescatado y su madre purificada.

La ofrenda por la purificación es de un par de tórtolas o dos pichones. Esta era la ofrenda de los pobres; quizá este es un detalle programático de la vida de Jesús: el Señor se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Cor 8,9).

Lo que resulta más interesante es que fuera las prescripciones de la Ley, Jesús es también “presentado” en el Templo. Se produce aquí una de las muchas paradojas que se sucederán en la vida de Jesús: los primogénitos eran pertenencia exclusiva de Dios (cf. Ex 13,2.12-13.15) por eso había que rescatarlos, pero aquí en vez de rescatar al primogénito y que vuelva a sus padres no se habla nada del rescate sino del ofrecimiento; Jesús recién nacido “pertenece” a Dios y en esto consistirá toda su vida, en volver al lugar de donde había venido (cf. Jn 16,28), pero en esta ocasión llevando cautivos (cf. Ef 4,8).