Estoy viendo como nieva y quiero decirlo. He encendido la calefacción y me dispongo a escribir el comentario del próximo viernes, que es este que ahora puedes leer. La nieve parece agua delicada. Me pongo bajo ella y, al principio ni siquiera notas que te moja. Es el mismo agua que hoy nos visita de otra manera, como envuelta para regalo. No me canso de mirarla y, me pregunto, si me pasa lo mismo con los evangelios.

Caen los copos y no quiero escudriñar en su interior porque es hermoso tal cual, en su simplicidad. También el evangelio es sencillo y no deberíamos cansarnos de contemplarlo. Sobre todo de mirar a Jesús y de ver lo que dice y lo que hace. Hoy nos encontramos con la vocación de Leví, al que solemos llamar Mateo, pues es su nombre de apóstol. Era cobrador de impuestos y llegará a ser evangelista. Cuando él narra este episodio en su evangelio dice que Jesús llamó a Mateo, pero Lucas escribe también Leví, como Marcos, quien además señala que era “el de Alfeo”. Esto no tiene nada de raro, salvo que parece que a Mateo le gustaba más que le llamaran así que no Leví, aunque este fuera también su nombre.

Jesús le dirige una palabra muy simple: “Sígueme”, y Leví se levanta y abandona su “mostrador de impuestos”, lo cual es muy sorprendente, porque parecía un empleo seguro y lucrativo, aunque fuera mal visto. Aquel día, o alguno más tarde, dejó de cobrar impuestos. Quizás por eso Marcos y Lucas lo mencionan como Leví, para encubrir que es Mateo y que cobraba impuestos. Y por eso Mateo dice que era Mateo, porque quiere dejar claro que Jesús lo llamó cuando cobraba impuestos. Y, como leemos hoy, estaba muy mal visto.

De sentado al telonio (que era la oficina para recaudar impuestos, tan popular como ahora), pasaron a sentarse a la mesa. Esa es la misericordia que experimentó Leví el alcabalero. Y la que también experimentamos nosotros pues Jesús no deja de invitarnos al banquete de la Eucaristía. Ayer se nos recordaba la penitencia; hoy la eucaristía. Siempre es el mismo Jesús y su misericordia infinita. Y los fariseos vuelta a voznar, que lo suyo no fueron arrullos de tórtola sino graznidos de cuervo: “¿por qué come con publicanos y pecadores?”. Y el mismo Señor, en un acto de condescendencia, responde. Hoy no ha tenido que leer en su interior, porque era tal su dureza, que han verbalizado su enojo. Les explica, que ha venido a llamar a los pecadores, igual que un médico está para sanara a los enfermos. Una manera amable de invitarles a sentarse en la mesa auque, sospechamos, prefirieron escudarse en su ayuno para rechazar la misericordia.

San Juan Crisóstomo, que tiene unas hermosas homilías sobre el evangelio de Mateo, lo llama alcabalero y dice: “no me avergüenzo de llamarle con el nombre de su profesión ni a él ni a los otros; pues eso, mejor que nada, muestra la gracia del Espíritu Santo y la virtud de los apóstoles”, y añade en otro momento, dándole palabra al apóstol: “no hemos recibido lo que recibimos porque antes trabajáramos y sudáramos nosotros, no por habernos cansado y sufrido, sino únicamente porque fuimos amados de Dios”.

El Señor también ha tenido misericordia de nosotros. Que nunca lo olvidemos. Virgen María, memoria de Cristo, ayúdanos a tener siempre presente su amor.