Cada vez que celebro la fiesta de la Conversión de San Pablo no puedo por menos que recordar esa frase que a modo de refrán decía siempre mi abuela después de que mis hermanos y yo hubiésemos confesado alguna trastada. Y es que esa imagen familiar vuelve a mi imaginario particular al pensar en San Pablo, en aquel momento Saulo de Tarso, en el suelo, sorprendido por la voz del Señor que le llamaba, con cariño, a volver su corazón al Dios verdadero.

Ciertamente de Saulo podemos afirmar, sin ningún género de dudas, que era un Creyente, y que es precisamente esa condición de creyente la que le llevó a perseguir a los cristianos, hoy no tendríamos muchos reparos en señalar que Saulo era un extremista. Y sin embargo su experiencia es más similar a la nuestra de lo que a priori nos cabría pensar. Cuando nuestra fe es más ideológica que vivencias, más doctrinal que experiencial corremos el riesgo de ser duros de corazón, corremos el riesgo de no ser capaces de discernir las huellas de Dios en los acontecimientos, y es precisamente esto lo que le ocurre a Saulo. El cree en Dios, es un judío fiel, pero en su experiencia de Fe no ha experimentado el Encuentro con Dios. Será el encuentro con el resucitado, el que le cambien por dentro, el que le transforme en el Apóstol de los gentiles, aquel que defendiendo la fe hebrea había perseguido a los cristianos, es, transformado por la experiencia del Resucitado, el que se empeña con vehemencia en ser predicador del Evangelio a todos los hombres, es quien rompe las fronteras de la experiencia religiosa de Israel y encarna en su predicación la voluntad universal de la salvación que nos trajo Jesucristo.

Su cambio de misión viene reflejado por su cambio de nombre, Saulo se convierte en Pablo, y pasa de ser el perseguidor a encarnar como apóstol de los gentiles el evangelio de Marcos que se nos propone para nuestra reflexión en su fiesta.

Hoy se convierte en algo fundamental para nosotros esta experiencia de Pablo, en distintos foros, incluso eclesiales, parecería que tener experiencia de Dios no es relevante, parecería que muchos cristianos hoy prefieren una fe más teórico-doctrinal, menos experiencial. Sin embargo si nuestra experiencia de fe carece de ese encuentro con el Resucitado, ese encuentro vivencias, real, nuestra fe se convierte en una ideología más o menos manipulable, es el encuentro con el Resucitado, la experiencia de Dios la que cambia radicalmente los planteamientos de vida y la que nos conecta con la Voluntad de Dios, con el sentido profundo de nuestra vida y nuestra vocación, es desde esta categoría del Encuentro, desde donde la misión de la Iglesia se vuelve eficaz, se vuelve creíble, se vuelve fecunda.

Finaliza hoy la semana de oración por la unidad de cristianos, sin embargo el don de la unidad requiere de cristianos convencidos, cristianos que hayan tenido experiencia del Resucitado y puedan desde ese conocimiento profundo de quien es la Verdad hacer realidad el don de la comunión. Se necesitan por tanto cristianos «arrepentidos», cristianos que sepan encontrar lo esencial para salvaguardar la unidad en torno a Cristo resucitado.