Jesús hace hoy uno de los milagros para llamativos del Evangelio de Marcos y que mayor asombro causa en las personas que lo contemplaron, que dijeron: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. El Señor sana al sordomudo de un modo muy carnal, muy gestual, con sus propias manos y saliva, como recordándonos que son sus manos las que crearon todo y que Él siempre, absolutamente siempre, puede hacer nuevas todas las cosas. Simplemente tenemos que acercarnos a Él.

Y Cristo utiliza una palabra muy concreta para realizar el prodigio: “Effetá”, que significa “ábrete” y que es una especie de resumen de toda su obra, tanto en hechos como en palabras. No es que simplemente se le abrieran físicamente la boca y los oídos al hombre, es que también se le abren los ojos del corazón para ver en Jesús al Mesías, los oídos para escuchar su palabra de conversión y la boca para proclamar que Él es el que había de venir a sanar a los enfermos y aplacar al mal en el mundo. Tanto impacto genera este encuentro con el Señor que, aunque Éste pretendiera que no pregonara a los cuatro vientos lo que había sucedido, no puede evitarlo. Y es que el bien es imposible de contener.

La palabra “Effetá” también nos recuerda al Bautismo, no obstante hay un rito en la celebración de dicho sacramento en que se recuerda la acción de Jesús en este pasaje: “El Señor que ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda a su tiempo, escuchar su palabra y profesar su fe para alabanza y gloria de Dios Padre”. Probablemente, te bautizaste en la infancia y no te acuerdes de aquel día. Ahora bien, no por eso hay que dejar de renovar cada día los compromisos adquiridos aquel día de vivir como hijos de Dios, en constante sumisión a su voluntad y bien abiertos a su acción. Por eso, hoy es un buen día para hace memoria de las veces que el Señor te ha abierto los oídos, la boca, los ojos, en definitiva, de esas ocasiones en que Jesús se ha hecho presente en tu vida y te ha señalado el camino que lleva a la verdadera vida.