En demérito nuestro tendríamos que apuntarnos la capacidad para reducir cosas valiosas. Bueno, las que no lo son mucho, y las que lo son de verdad. Lo digo por el Padrenuestro, que encierra en sí el misterio del encuentro entre el hombre y Dios, todo lo que debemos saber de las vías de comunicación entre Persona divina y persona humana, y resulta que lo hemos convertido en un tip, en un texto repetible, la frase hecha por antonomasia, aquello que los niños aprenden con el mismo soniquete de la tabla de multiplicar. Ya digo, el misterio reducido a migas.

Tengo en el salón de casa un lienzo con el texto íntegro del Padrenuestro, me lo regaló un artista por mi cumpleaños. Hay algo en la grafía que me fascina y es que el autor subrayó las vocales con pan de oro y dejó el recorrido de las frases sin principio ni fin, haciendo bucle de las palabras, con ello aludía a la unión entre el texto finito y la eternidad del destinatario. Siempre que lo miro recibo en bloque una llamada a la intimidad con un Dios que no quiere un trato de usted, sino de padre, algo profundamente insólito. Pero como somos ávidos en la reducción, ya digo, hemos quitado el pan de oro del texto y sólo alcanzamos a articular las palabras.

Resulta frecuente al visitar la iglesia del Padrenuestro en Jerusalén, hacernos la foto frente al mosaico más estrambótico, la oración escrita en tagalo o sánscrito, porque nos hace gracia la novedad de lo desconocido. Pero es un lugar donde se palpa la fraternidad, todos somos hijos de un mismo padre, es verdad. Quizá por primera vez uno adivina que va en serio lo que nos decía el profesor de religión cuando éramos pequeños, que todos somos hermanos, sin importar la lengua o el país donde se viva. Dios nos llama a la grandeza de meternos en su entraña, no puede pasarnos como a los judíos que estaban Egipto, que hicieron poco caso a su llamada. Dios se aparece a Moisés y propone a su pueblo abrirle las puertas de la tierra prometida, “os sacaré de debajo de las cargas de los egipcios, os llevaré a la tierra que prometí con juramento a Abraham, Isaac y Jacob”. Y el texto sagrado añade que Moisés se fue feliz a contárselo a su pueblo, pero no le hicieron caso, porque “estaban agobiados por el durísimo trabajo”. Increíble.

A ver si nos va a ocurrir lo mismo, que de tanto agobio por lo próximo nos vamos a olvidar de a quién pertenecemos, y que nuestro cuerpo y alma llevan hechura de eternidad.