Es tan humano pedir una señal… Acabo de terminar una conversación con una chica de veinte años que me hacía preguntas inverosímiles sobre su futuro, ¿y si no me enamoro del hombre perfecto?, ¿y si una persona no cristiana me hace más feliz?, ¿cómo voy a saber si seré fiel hasta el final?, ¿y si reproduzco en mi vida los errores de muchos matrimonios que empiezan y no acaban? Le dije en broma que se había equivocado, había venido a ver a un sacerdote, no a una echadora de cartas.

Nos cansamos rápido de una vida sin ver, “fiados de una desnuda fe” y pedimos cuanto antes un pasamanos para apoyarnos. En el Evangelio de hoy, el Señor dice a sus oyentes que el único signo que mostrará de su identidad será la cruz (lo digo para resumir de un plumazo el ejemplo que cuenta de Jonás). El signo que nos propone es un signo de contradicción, es el colmo, pero es lo que tenemos. De Dios hemos recibido el patrimonio de su debilidad y no hay otro signo más elocuente sobre quién es, que verle desnudo y dejando su propia sangre en un madero. Estos días de Cuaresma son la ocasión propicia para la ausencia de grandes signos, es el tiempo de los descensos. Como decía el poeta, “la ascensión es menos apasionada y más natural que el descenso. El descenso de los Cielos, el descenso de la Cruz… ¿no serán ellos la ascensión?, ¿la ascensión al amor, precisamente?”.

Pregúntale a Abraham qué signo le dio Dios cuando hace 4.000 años le saco de su casa de Ur de los caldeos, donde plácidamente se iba haciendo viejo a la sombra de las palmeras de su hacienda. El camino que nos propone nuestro Señor es el mismo de Abraham, pasar de la seguridad a la incertidumbre, el envite que le lanzó fue que sería padre de un gran pueblo, como para que un anciano se fíe de una propuesta tan a largo plazo. Pero lo hizo, se fió de la incertidumbre y desconfió de su seguridad.

El camino de un romero o un peregrino a Santiago de Compostela en el fondo es bien sencillo y de poco riesgo, porque va a un sitio concreto que se conoce de antemano, no anda a la desesperada, sino a una meta prediseñada, donde encontrará los pastos del descanso y la prueba superada. Pero hay otros peregrinajes de la misma naturaleza de la puesta en marcha de Abraham, como el matrimonio. En el matrimonio todo está por hacer, es siempre la cama deshecha, la conversación por iniciar. Y un día te das cuenta de que nunca importa a dónde vas, sino con quién. Lo esencial no es qué desempeñamos en la vida sino quiénes somos: hijos de Dios, herederos suyos, hermanos…

Y entonces dejas de buscar signos y empiezas a disfrutar de la compañía