El nombre que cada uno llevamos, y que nos pusieron por circunstancias de lo más variopintas, nos revela a cada uno, decididamente. Piénsese en todo lo que encierra el nombre de la enamorada en la mente de quien es incapaz de pensar en otra cosa que en su persona y su presencia. El nombre del amigo es huerto regado donde todo es apacible, también el nombre de la madre, del padre… El nombre trae todo lo acontecido con la persona nombrada, es una porción vivida conjuntamente.

El Señor pronuncia sobre Pedro un nuevo nombre, insinuándole que su naturaleza es diferente, pero, ¿cuál? En el famoso diálogo entre tres intelectuales jóvenes que plantea Fray Luis de León en su joya “De los nombres de Cristo”, uno de ellos experimenta una duda profunda sobre ese nuevo nombre dado a Simón, piedra, porque ¿cómo tuvo más firmeza que los demás apóstoles, el que sólo entre todos negó a Cristo por tan ligera ocasión? Es cierto, ¿de qué tipo de solidez habla el Señor cuando regala a Pedro una firmeza que no parece merecer? Y lo explica Fray Luis en unas paginas para enmarcar: para que confiase menos de sí, “desde allí adelante; para que quien había de ser pastor, y como padre de todos los fieles, con la experiencia de su propia flaqueza, se condoliese de las que después viese en sus súbditos y supiese llevarlas. Y por último, para que con el lloro amargo que hizo por esta culpa, mereciese mayor acrecentamiento de fortaleza. Es decir la piedra de Pedro es una debilidad que muestra la necesidad imperiosa de su Señor. Si Pedro se creyera piedra construida en su propia cantera no sólo se habría venido abajo, es que las piedras se habrían convertido en arena. El llanto, el arrepentimiento fortalece la piedra.

Todos tenemos un nombre nuevo como el de Pedro, no sé si conoces el texto del Apocalipsis donde lo cuenta. Cuando lleguemos a la otra felicidad definitiva, mas allá de esta apariencia, Dios nos enjugará las lágrimas, nos borrará de la memoria los duelos pasados (se acabarán las revanchas y los “perdono pero no olvido”), y nos dará a cada uno un guijarro blanco. Y en él un nombre escrito, el cual sólo quien lo recibe lo conoce. Este texto es muy interesante, porque Dios tiene preparada nuestra verdadera identidad, esa que nunca aflora con naturalidad porque nos la interrumpen los respetos humanos, los engreimientos, los hedonismos, codicias, orgullos… Y en esa piedra que se nos dará (entiéndase que es una imagen poética pero muy feliz) comprenderemos en un golpe de vista y en un golpe de entendimiento, quién es Dios, de una vez. Por fin.