Se decía de Fernando Pessoa que era el escritor de la amargura. El argumento más a favor de esta crítica es su “Libro del desasosiego” que tiene la capacidad de cumplir lo que dice: desasosegar hasta la exasperación. Pero desde hace tiempo que he hecho de una frase suya un titular de mi vida: “Bendito el instante, bendito el milímetro y bendita sea la sombra de las cosas pequeñas”. Es el Pessoa del que más me fío, porque la razón siempre descansa en la humildad de lo pequeño. El Señor es claro en el Evangelio de hoy, no basta con no robar y no matar, sino con no pensar mal del otro y no desearle lo peor. Pero eso no es todo, hay que servir al otro sin que se dé cuenta. Aún más, hay que amar al que no tiene parentesco ni sintonía emocional conmigo, sencillamente porque es tan hijo de Dios como yo.

Deberías aprender a abominar de los grandes proyectos, los que al final te encumbran más a ti que al Señor. El Señor pide de ti el milagro de tus pequeños logros, no las singladuras más aventureras sino los desplazamientos mínimos, como acercarte al móvil para llamar a tu cuñada, que siempre dices que es una pesada redomada sencillamente porque está sola y necesita desahogos. Tienes que desplazarte hacia tu mujer para tomar tú la iniciativa, no esperes que ella lo haga por ti, aunque no tengas razón hay siempre razones para que tu iniciativa sea la más eficaz parta solucionar eso que últimamente no hacéis en condiciones. Rompe la amargura de los silencios que ponen al matrimonio en desventaja, esas son las batallas. No esperes un Waterloo o Las Ardenas, espera una batalla pequeña, ajena a la historia pero imprescindible para tu conocimiento mas a fondo del Señor.

He tenido una reciente conversación con una profesional de la medicina, discutíamos sobre lo ineficaces que resultan proyectos del tipo “educación en el liderazgo”. La cualidad de los santos es que no saben nunca que lo son, porque no se despegan de lo que tienen entre manos, no quieren ir más allá de su pequeña misión, ni ascender a ninguna cumbre, sino poner al Señor en la cumbre de lo cotidiano. Los santos sólo quieren cuidar a quienes sufren y dar lustre a la atención. Los matrimonios santos no son los que dan lecciones de orden en la vida doméstica, sino aquellos que ven una serie de moda con el brazo de él echado sobre el hombro de ella. Y los chavales, que advierten ese gesto tan insignificante, dicen “se quieren. Y basta, porque benditos sean los instantes, el milímetro y la sombra de las cosas pequeñas.