Imagínate que el socio de tu empresa, que además de amigo es tu hermano, te abandona en la estacada dejándote a deber una millonada de euros, con las daños colaterales de tener que reducir plantilla y la agitación general. Estás que echas fuego por la boca y se te ocurren cosas que hubieran sido peregrinas hace años, como matarlo, pero ahora empiezas a sopesarlas con la frialdad del envenenamiento.

Ayer me dijeron unos amigos que una madre de familia ha dejado a marido e hijos para largarse a Mallorca con un hombre que acaba de conocer y le ha hecho promesas de sultán. Deja al esposo en el arcén de la vida y se desentiende para siempre de los hijos, ¿a quien se le ocurriría hablar con el marido y aconsejarle: no te preocupes, perdona de corazón y ama a tu mujer? Al marido lo que le parece en ese momento es que la vida es corta para denunciarla y perseguirla hasta la tumba. ¿Entonces, por qué el Señor plantea la posibilidad de amar a los enemigos y hacer el bien a los que nos persiguen laboralmente con el cuchillo en la boca? Es que además, la frase no suena a parábola, sino a mandamiento, de esos que al cumplirlos llega paz al corazón.

Es fácil amar a los enemigos, sólo hay que reconocer que es imposible. No te rías, es el primer paso y quizá el que más cuesta. No se pueden hacer ejercicios de respiración para buscar serenidad ni dedicarse a otras mandangas de equilibrio emocional. A Dios no le cabe la posibilidad de que el hombre sea un iluso, pero tampoco podría pedirle un milagro, porque el hombre está incapacitado para el milagro. Por mucho que sople en un amasijo de barro, de allí jamás echará a volar un colibrí. Saber que uno se ha cobrado un enemigo es la posibilidad para que Dios pueda entrar, ese es el antídoto.

El herido por flecha enemiga debería ponerse de rodillas y pedir al médico de las almas que cure la desproporción que ha nacido en él, una montaña de odio, una fractura que no se puede medir. Insisto, es la gran ocasión de Dios, cuando el ser humano vencido dice ¡es imposible, o Tú o nada! Y entonces llega la mano de Dios, la que usó al crearte, al redimirte y la que usará para resucitarte. Y no buscarás venganza sino justicia, y no te desahogarás con el insulto sino que necesitarás comprender qué ha ocurrido, pero lo harás de la mano del único que de veras sabe llevar de la mano. Y como no podrás amar de corazón a quien te pudrió por dentro, le dirás al Señor, “quiérelo Tú por mí, que yo no puedo”. Y entonces percibirás una novedad en tu vida que jamás has experimentado, es cierto que la cercanía de Dios crea un corazón nuevo. Y un corazón nuevo en el que se ha obrado un milagro, está preparado para cualquier cosa.