Continuamos las celebración de la Pascua con la lectura atenta del libro de los Hechos de los Apóstoles, donde se nos relata la vida de las primeras comunidades cristianas, donde satisfacemos nuestra inquietud sobre cómo fueron los orígenes del cristianemos. En el episodio que hoy nos ofrece la liturgia para nuestra reflexión aparece la comunidad reunida en oración, reunida junto a sus pastores Pedro y Juan que acaban de ser liberados, reunida en acción de gracias. Hasta aquí todo nos resulta normal, en nada se diferenciaría de nuestras asambleas dominicales, sin embargo, al llegar al último párrafo nos encontramos con un criterio de discernimiento sobre nuestras celebraciones. Este párrafo se afirma: «Al terminar la oración, los llenó a todos el Espíritu Santo, y anunciaban con valentía la palabra de Dios». ¿Son así nuestras celebraciones? ¿la consecuencia de nuestra participación en la oración común nos lleva a la predicación, al anuncio valiente del Evangelio? Son preguntas que muchas veces nos plantean los alejados a la Fe, los jóvenes que afirman sin pudor que hay personas que aún yendo a la Eucaristía cada domingo sus corazones permanecen impermeables al mensaje de amor de Dios, a la acción del Espíritu. Ojalá la alegría pascual nos permite interrogarnos y afrontar con valentía las limitaciones de nuestra Fe y así renovados por el gozoso encuentro con el resucitado, renovemos también con entusiasmo nuestra experiencia cristiana.

En íntima conexión con esta primera lectura se nos ofrece, como evangelio para el día, una  parte del diálogo entre Jesús y Nicodemo. La experiencia del Espíritu de la que habla Jesús, el nacer de nuevo, que hace referencia al Bautismo, como iniciación de la vida cristiana y de la vida en ese Espíritu de Dios, no es una experiencia neutra, no da igual, no es prescindible, es absolutamente necesario y tiene consecuencias prácticas evidentes, que nos permiten leer la calidad de nuestra vida cristiana. Valentía, compromiso, sensibilidad ante lo que Dios nos propone… Probablemente lo que más llama la atención de Nicodemo es la sed de Dios, como quiere creer, como se esfuerza por comprender a Jesús, como se va dejando convencer por Él, es cierto que no entiende mucho de lo que Jesús le propone, pero no es menos cierto que confía en Él.

Puede que muchos de nosotros nos veamos reflejados en Nicodemo, a veces no entendemos lo que Dios nos propone, a veces solo somos capaces de leer nuestra realidad sin darle ningún sentido profundo, se nos escapan los significados… y si reflexionamos sobre el acontecimiento de la Resurrección podemos igualmente vernos desbordados racionalmente, aquí es donde Nicodemo nos ofrece un testimonio útil, el de la respuesta confiada, recordando que el Amor, el Amor de Dios, supera con mucho nuestra razón.