Las palabras de Gamaliel con las que nos ilumina la primera lectura por conocidas no dejan de resultarnos sorprendentes. Él era un experto en la ley, respetado por todos y su opinión es aceptada sin oposición en el juicio a Pedro y Juan que hemos estado leyendo estos días. Gamaliel propone soltar a los Apóstoles y darle tiempo al tiempo, dejar cierta libertad de acción y de movimientos a los discípulos de Jesús para discernir si sus acciones vienen o no de Dios. Al escuchar esta palabra nos parece recordar a Jesús proclamando la parábola de la cizaña y el trigo. Y nos sale al paso un tema de máxima actualidad, el tiempo. Nosotros vivimos con el tiempo pegado a los talones, todo tiene que ser ahora, todo tiene que ser eficaz, todo tiene que ser productivo, sin embargo las cosa buenas, y las coas de Dios lo son, requieren de su tiempo, requieren de paciencia y de constancia, dos cualidades que se han convertido en garantía de éxito en el S. XXI, pues solo con ser capaces de perseverar aún en la dificultad y el tedio, tendremos éxito en nuestras empresas.

Los tiempos de Dios no son nuestros tiempos. Frente a nuestras inmediateces Dios nos ofrece la eternidad, frente a nuestras urgencias, Dios nos ofrece Paz, frente a nuestros utilitarios, Dios nos ofrece generosidad.

Es precisamene esta última dicotomía: urgencias-generosidad ante la que nos encontramos en el relato de la multiplicación de los panes y los peces que nos propone hoy la liturgia en la versión de Juan. Frente a la urgencia de Felipe que ve la imposibilidad material de actuar, Jesús responde con generosidad y con responsabilidad. Con generosidad porque Jesús no se inhibe de la responsabilidad de darles de comer, Dios nunca se inhibe ante nuestras necesidades sino que sal al paso de ellas, pero no como el solucionado (que también) sino como el coach, con el acompañante, probablemente Jesús podría haber creado pan de la nada, podría haber transformado las piedras en panes, pero no, Dios no actúa así, Dios se hace corresponsable con el hombre, y aprovecha lo que el hombre le puede ofrecer, en este caso los panes y los peces de un niño.

Los relatos de la multiplicación tienen siempre un sabor Eucarístico que nos ayuda a comprender mejor la propia vida de la Iglesia, pues es en esta tarea colaborativa, en la que Jesús y los hombres edifican juntos la Iglesia. Dios no quiere hacer las cosas sin nosotros, Dios no quiere pasivos receptores de la Gracia, sino activos anunciadores del Reino.

No quiero acabar sin una petición, Señor que yo pueda poner sobre tu mesa mis panes y mis peces, mis fatigas y mis trabajos, mis alegrías y mis tristezas, todo mi ser y poseer, para que con ellos tu evangelio pueda llegar a todos lo hombres.