Comentario Pastoral

CANTO DEL PASTOR BUENO

Durante el tiempo pascual se nos presenta a Cristo como buen pastor. La figura del pastor tiene relieve en las composiciones bucólicas y en la literatura política y religiosa.

En su sentido real pastor es quien guarda, guía y apacienta el ganado. Es persona que vive en contacto con la naturaleza, mirando mucho al cielo porque está más en la superficie de la tierra. Es el hombre bueno que sabe poco de querellas y rencillas, porque vive en soledad estimulante. El pastor tiene capacidad de contemplación y éxtasis, porque vibra con los amaneceres y ocasos del sol. Es el hombre fuerte que desafía los rigores del invierno, los calores del verano y el ataque de la fiera enemiga. Y a la vez es el hombre tierno que cuida, defiende y lleva con mimo sobre los hombros al cordero pequeño.

No deja de ser sorprendente que en las leyendas devocionales de espiritualidad mariana, sobre todo medieval, los pastores hayan sido objeto de múltiples apariciones. Quizás estos relatos son prototipo de la elección de un hombre íntegro y sencillo para dialogar y ver lo trascendente, fuera del bullicio de la ciudad.

Ante la mentalidad moderna, que en muchos casos es urbana y está marcada por la contestación, no es fácil presentar a Cristo como buen pastor. Hoy se grita por doquier que no hay que ser ovejas ni rebaño de ningún pastor, pues meterse en la masa es ser número yuxtapuesto fácilmente manipulable.

Cristo es un pastor único, que a la vez es cordero inmolado en el altar de la cruz. Es el pastor que entregó su vida por las ovejas, con pleno conocimiento del rebaño, sin abandonos ni huídas culpables.

El gran reto del cristiano es aceptar el misterio de muerte y vida, pasar de la tiniebla a la luz, saber ser al tiempo cordero fácil y pastor comprometido.

La relación con los demás nos exige ser pastores buenos, que se destacan virtuosamente de las masas indiferenciadas de baja calidad humana. Al mismo tiempo el cristiano tiene que estar dispuesto a dar la vida por los demás como prueba definitiva de la fraternidad y del amor nuevo que nos ha infundido Cristo. En toda circunstancia debe escuchar la voz del Buen Pastor y en el redil de la Iglesia comer el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 4, 8-12 Sal 117, 1 y 8-9. 21-23. 26 y 28-29
san Juan 3, 1-2 san Juan 10, 11-18

 

de la Palabra a la Vida

La muerte y la resurrección de Cristo han hecho que todos los nombres que Él mismo se atribuye en el evangelio adquieran su pleno sentido. Él, que dijo de sí mismo ser la luz del mundo, el agua, la vida… ha mostrado que todo lo creado tiene perfecto cumplimiento en la pascua del Hijo. También el ser pastor.

Cristo verdaderamente ha dado su vida por las ovejas, señal que manifiesta a un auténtico pastor. Su sacrificio ha sido único, y también lo ha sido su eficacia: por eso, en verdad Cristo es el buen pastor. Al relacionarse con sus ovejas, la salvación que Él ha obtenido por su muerte ha producido en ellas un beneficio de vida, de vida eterna. Hablar del buen pastor, por tanto, es hablar del misterio pascual. San Juan nos invita a reflexionar en el camino de abajamiento y de servicio que el Hijo ha realizado por nosotros y que ha culminado a la derecha del Padre. El sacrificio de su propia vida se ha convertido en fuente de una vida nueva: Ahora ya sabemos que no vivimos para nosotros mismos, que Cristo nos ha enseñado que vivimos para Dios y que la dirección de nuestras vidas es hacer para Dios, seguir a Cristo hacia Dios.

Este camino hacia Dios se expresa en el evangelio de hoy con una afirmación de Jesús: «conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre». Un conocimiento tan íntimo como el del Padre y el Hijo sólo es posible si entre nosotros y el buen pastor se ha producido una intimidad tal. Esa es la consecuencia de su encarnación: por ella, esa intimidad puede darse. Y para que continúe, Cristo da su Espíritu a la Iglesia, a los hombres. De esta forma, Juan retoma un tema muy propio del Antiguo Testamento: el Dios que busca a los hombres, que quiere hacerse cercano a ellos, darse a conocer. Un Dios que elige profetas, pastores, de entre los hombres, para que con palabras humanas expresen el deseo divino.

Este deseo tiene una concreta realización: «Un sólo rebaño, un sólo pastor». Esto es así porque, como decía Pedro en la primera lectura, «ningún otro puede salvar», «no se nos ha dado otro nombre por el cual podamos ser salvos». Ahora vivimos en medio de gran división, una división que dificulta creer en la Palabra del Señor, y sin embargo sólo se puede aceptar este misterio reconociendo que el buen pastor aún no ha completado su tarea. En la realización del misterio pascual no ha concluido su obra unificadora. Aún no están todas las ovejas en el mismo rebaño.

Por eso el misterio pascual sigue siendo necesario hoy, sigue siendo celebrado en la vida de la Iglesia. La muerte y resurrección de Cristo, hechos que sucedieron en la historia «una vez para siempre», siguen celebrándose para conducir al mundo a la unidad. El Espíritu es el don del buen pastor para que así sea. De esta forma, el buen pastor nos muestra hoy la unidad como fruto de la Pascua. Quien verdaderamente ha experimentado ser recogido, salvado, por la Pascua de Cristo, sólo puede desear que eso mismo suceda en todos.

La celebración de la Iglesia es una invitación a dejarnos reunir por Cristo, a experimentar cómo se ha producido y dónde nuestra propia salvación. Así, nadie va a misa sólo, nadie va a lo suyo, no si no quiere caer en la contradicción de reconocer al buen pastor y a la vez renegar de su obra. Cristo ha creado con la Pascua un solo pueblo nuevo, por el poder de su entrega. Ahora yo, que celebro como parte de un «nosotros», tendré que mirar qué lugar ocupa en mi vida ese deseo del único y buen pastor. ¿Mis actitudes en misa son individualistas o buscan crear comunión? ¿Y mis palabras, mis gestos? Y después, al salir de misa, ¿miro para mí o miro por la comunión, como hace el buen pastor? Todo esto no es tema secundario, sin importancia: manifiesta los límites – o no – del sacrificio pascual de Cristo.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

La Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura, custodiada y propuesta por el Magisterio de la Iglesia, celebrada en la Liturgia, es un instrumento privilegiado e insustituible de la acción del Espíritu en la vida cultual de los fieles.

Como en la escucha de la Palabra de Dios se edifica y crece la Iglesia, el pueblo cristiano debe adquirir familiaridad con la Sagrada Escritura y llenarse de su espíritu, para traducir en formas adecuadas y conformes a los datos de la fe, el sentido de piedad y devoción que brota del contacto con el Dios que salva, regenera y santifica.

En las palabras de la Biblia, la piedad popular encontrará una fuente inagotable de inspiración, modelos insuperables de oración y fecundas propuestas de diversos temas. Además, la referencia constante a la Sagrada Escritura constituirá un índice y un criterio, para moderar la exuberancia con la que no raras veces se manifiesta el sentimiento religioso popular, dando lugar a expresiones ambiguas y en ocasiones incluso incorrectas.

Pero «la lectura de la Sagrada Escritura debe estar acompañada de la oración, para que pueda realizarse el diálogo entre Dios y el hombre»; por lo tanto, es muy recomendable que las diversas formas con las que se expresa la piedad popular procuren, en general, que haya textos bíblicos, oportunamente elegidos y debidamente comentados.

(Directorio sobre la piedad y la liturgia, 87-88)

Para la Semana

Lunes 23:

Hch 11,1-18. También a los gentiles les haotorgado Dios la conversión que lleva a la
vida.

Sal 41. Mi alma tiene sed de ti, Dios vivo.

Jn 10,1-10. El buen pastor da la vida por las ovejas.
Martes 24:

Hch 11,19-26. Se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles al Señor Jesús.

Sal 86. Alabad al Señor, todas las naciones.

Jn 10,22-30. Yo y el Padre somos uno.
Miércoles 25:
San Marcos, evangelista. Fiesta.

1Pe 5,5b-14. Os saluda Marcos, mi hijo.

Sal 88. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

Mc 16,15-20. Proclamad el Evangelio a toda la creación.
Jueves 26:
San Isidoro, obispo y doctor. Fiesta

1Co 2,1-10. Vuestra fe se apoye en el poder de Dios.

Sal 118. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.

Mt 5,13-16. Vosotros sois la luz del mundo.

Viernes 27:

Hch 13,26-33. Dios ha cumplido la promesa resucitando a Jesús.

Sal 2. Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.

Jn 14,1-6. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.
Sábado 28:

Hch 13,44-52. Sabed que nos dedicamos a los gentiles.

Sal 97. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Jn 14,7-14. Quien me ha visto a mí ha visto al
Padre.