Cada cuarto domingo del Pascua celebramos el domingo del buen pastor. Jornada de oración por las vocaciones. Tengo que reconocer que me pone un poco nervioso  cuando escucho discursos seguramente fiables en los datos pero completamente pesimistas en su análisis y solución. Se empieza planteando la escasez de vocaciones sacerdotales par concluir que para superar este reto lo que hay que hacer es buscar soluciones creativas, dejar que se casen los sacerdotes, o buscar a hombres casados para ordenarlos, o admitir al sacerdocio a las mujeres, o  suplir a todo sacerdote que viva más lejos de 40 kilómetros de la capital por misioneros laicos que lean la Palabra de Dios y repartan la Comunión (tarea que hacen algunos que conozco con gran dedicación y entrega…, pero hasta ellos envejecen). Todo tipo de soluciones excepto el promover las vocaciones sacerdotales, pedirles a los sacerdotes que sean entregados, alegres, fieles, apostólicos, imagen de Cristo buen Pastor, atrayentes, simpáticos, hombres de oración y centrados en la Eucaristía. No, eso no lo pedimos, parece que algunos ya han tirado la toalla y hayan decidido que el espíritu Santo ha dejado de llamar a jóvenes al sacerdocio.

“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él”. ¿Cómo van a surgir vocaciones si no mostramos el rostro de Dios? Parroquias cerradas que, por miedo a los robos acaban robando al pueblo fiel su Sagrario donde vive Jesús Sacramentado. Sacerdotes que niegan la confesión de los pecados a los fieles pues desconfían de su propia conversión. Sacerdotes que no tienen tiempo para los fieles pues están siempre reunidos o desaparecidos. Pastores que abandonan al rebaño pues nunca están un rato a solas con el único Buen Pastor. Pastores que se han convertido en políticos, queriendo cambiar el mundo según una ideología como si las ideas pudieran salvar, sin acordarse de que “no hay salvación en ningún otro; pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos”.

Hoy recemos. Recemos por las vocaciones pues el Señor sigue llamando a los que estamos en la Iglesia y a los de fuera. “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor”. Pidiendo que haya jóvenes que entreguen su vida libremente al servicio de Cristo en la Iglesia y no admitir que hay quien se la quita y se la roba. Recemos por sacerdotes apasionados por su sacerdocio, no asalariados. Sacerdotes que trasmitan a Cristo, que nos conduzcan a Cristo.

Como dirían los gallegos “haberlos haylos”. Conozco muchos sacerdotes que, con una vida oculta en Dios, siguen ejerciendo su ministerio con fidelidad y alegría. Son como oasis en medio del desierto. Y los oasis están llenos de vida. El mundo no está peor que en otras épocas, ni ahora es más fácil ni mas difícil seguir a Cristo que en otros tiempos. Por eso no podemos caer en la desesperación o en poner remedios que no son los del Señor. Hace falta oración, pedir al dueño de la mies que mande obreros a su mies. Hace falta que cuidéis a vuestros sacerdotes y les ayudéis a disfrutar de su sacerdocio y a que vuelvan a sonreír. Tal vez sea necesario ser más pobres para dejar de administrar bienes y administrar nuestro mayor y único tesoro que es la gracia de Dios. Y Dios nunca defrauda.

María, Madre de los sacerdotes, no dejes que los eclesiásticos dejen de confiar en la fuerza y el poder de Dios y danos pastores según el corazón de Cristo, el único buen pastor.