Celebramos hoy la fiesta del evangelista san Marcos, un hombre como cualquiera de nosotros pero que supo escuchar la voz de Dios que le decía: escribe mi historia, que es vuestra historia. Además, dice la Tradición que Marcos fue discípulo de San Pedro y que, muy probablemente, las peripecias de la vida del Señor que narra en su evangelio, considerado hoy día el más antiguo, las escuchara, por tanto, de la boca del mismo Pedro. Casi nada.

Vamos a reflexionar hoy, partiendo de la frase de Jesús en el Evangelio de hoy: “ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”, sobre la importancia del testimonio a la hora de llevar a cabo este mandamiento que el Señor nos dejó antes de ascender al Cielo.

Lo primero que podemos meditar hoy es una frase de san Francisco de Asís que puede ser especialmente útil para los católicos del siglo XXI: “Evangeliza en todo momento y, si fuera necesario, también con las palabras”. ¡Qué bonito sería que los no creyentes vieran en nosotros algo diferente que les llamara la atención! Sería precioso porque eso que notaran tiene un nombre muy concreto: Jesús de Nazaret. Esto es algo que ya vivían los primeros cristianos, ante los cuales los que no formaban parte de la comunidad exclamaban: “¡Mirad cómo se aman!”.

Urge en el mundo de hoy que seamos testigos veraces del Evangelio, del encuentro que hemos tenido con el Señor, cada uno a su manera. Convertir nuestras vidas en verdadero Evangelio, de tal modo que nosotros mismos y, por ende, los demás, puedan reconocer el paso del Señor por nuestras vidas. Piénsalo bien, el Evangelio es la historia de unos hombres y mujeres como nosotros junto al Señor. Entonces, ¿por qué no hacer lo propio nosotros? Puede ser un buen ejercicio de memoria el recordar y poner por escrito esos momentos de nuestra vida en que hemos notado más de cerca la presencia de Jesús, esos instantes en que Él se nos ha hecho presente de un modo más evidente. Y darle gracias, pues un corazón agradecido es un corazón enamorado.