“Vosotros estáis conmigo desde el principio”, se refiere a todos, también a nosotros, que a diario comemos y bebemos con él en la Eucaristía. Ser cristiano es para el Señor una oferta de permanecer con Él, de hacernos el camino juntos.

Ya sabemos que la permanencia es la clave del éxito para cualquier cosa. Hemos visto cómo el Barcelona se ha llevado la Liga este año, y lo ha hecho porque no ha perdido un solo partido, ha permanecido como un trabajador en la mina que, a fuerza de pico y pala, se ha llevado al cesto los materiales nobles. Como decía san Pablo, mucha gente se afana por conseguir una corona que se marchita, como el corredor en el estadio. Porque las cosas humanas siempre tienen ese destino de corrupción. Los aficionados al Barsa recordarán aquella jornada 2017/2018 con un inmenso cariño, pero pasará, y la Copa se quedará en una vitrina esperado que alguien evite a diario el cerco de polvo. Como los actores que ganan el Oscar a la mejor interpretación, al final no saben dónde poner su estatuilla. Pero el Señor ofrece una permanencia que no acaba, diaria y eterna, así de atractiva es la oferta.

A veces creemos que “estar con el Señor” es llevarnos un revolcón de incienso y adrenalina, un golpe emocional apasionado. Y no puede ser. Decía Lord Byron que “no se puede vivir en un estado de pasión, la fiebre no puede durar siempre y un terremoto tampoco es eterno, de hecho en un estado así no se puede uno afeitar”. Es verdad, cuando el Cholo Simeone vio a Diego Costa meter el gol que coronaba la clasificación del Atlético de Madrid a la final de la Liga Europea, su expresión de euforia tenía que tener fin, porque nadie puede vivir cómodamente en tal estado de exaltación. Pero a veces el cristiano piensa que seguir a su Señor es caminar con una alegría euforizante. La vida cristiana es otra cosa, reside en que Dios sea asiduo en mi alma, en preparar mi terreno tan a fondo que el Señor se venga con su siembra a poner fecundidad en mi vida. De hecho, todo lo que me ocurre en el día es el material con el que preparo mi tierra para recibir al Señor. Somos como el mejor de los cetreros, queremos poner alto nuestro guantelete para que el Señor venga a quedarse, a comer de mi mano.

La mejor manera de preparar nuestro terreno es saber qué quiere aquel que está a mi lado. Ayer estuve con una pareja de novios, ella me decía que cuando se desahoga, él en seguida se imagina que tiene que solucionar un conflicto, y no la escucha, porque ella sólo quiere soltar lo que lleva dentro. Vivir es estar atento al prójimo, vivir en el sosiego, así el Señor va haciéndose hueco y nos da su pan mientras dormimos.