Oseas 11, 1b. 3-4. 8c-9

Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6

san Pablo a los Efesios 3, 8-12. 14-19

san Juan 19, 31-37

El Sagrado Corazón de Jesús nos recuerda el realismo de la Encarnación. Dios se hizo verdaderamente hombre hasta el punto que desde su Corazón, nos amó con amor humano y divino. Es más, como recuerda Benedicto XVI, es en Él donde vemos concretado el precepto del amor que pasa de ser un ideal deseable pero difícil a una realidad tangible en una persona concreta.

Aunque la realidad del Corazón de Jesús se encuentra ya en la Sagrada Escritura, y aún preanunciada en el Antiguo Testamento mediante numerosos textos y figuras, el culto moderno toma forma a partir de las revelaciones recibidas por Santa Margarita María de Alacoque. El Sagrado Corazón se apareció a esta monja salesa y, entre otras cosas le dijo: «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor.»  

También a Santa Margarita le pidió que propagara su culto, que culminó con la institución de esta Solemnidad, y que le acompañara en los sufrimientos que pasó en el Huerto de los Olivos, cuando su alma se entristeció hasta la muerte. Este es un hecho. Dios nos ama y nosotros muchas veces permanecemos indiferentes al amor de Dios. Aún más, Jesús nos ha mostrado un amor extremo hasta la muerte, dando su vida por nosotros. En el siglo XIII exclamaba san Francisco, “el Amor no es amado”. El mensaje del Sagrado Corazón nos lleva a descubrir el abismo del amor de Dios. Es más, cuando el Señor pide que tengamos misericordia de Él, acompañándolo en su agonía y consolándolo, nos abre al conocimiento de que los que estamos necesitados de misericordia somos nosotros.

Dios quiere que le amemos para que descubramos que necesitamos de su Amor. A nadie se le escapa la conveniencia de este mensaje para nuestro tiempo, en el que el hombre vive desorientado y fácilmente cae en el sinsentido. Todo hombre busca el amor, ser querido y saber querer. Incluso en las situaciones más terribles, como la drogadicción u otras situaciones de esclavitud, se descubre debajo de ellas ese deseo. En el Evangelio de hoy vemos cómo al ser traspasado por la lanza de su Corazón brotó sangre y agua. Son los dones de su misericordia que llegan a nosotros a través de los sacramentos. Todo el amor contenido en ese corazón se derrama a favor de los hombres. Cuando nos abrimos a Él descubrimos también la importancia de consagrarnos y querer ser del todo suyos y, al mismo tiempo, de reparar por todas las ofensas que se hacen contra Dios. No es necesario enumerarlas. Son continuas y cada vez más graves. Unidos a su Corazón podemos esperarlo todo, especialmente la regeneración de nuestra alma y de la vida social del nuestro país.

Que María, en cuyo seno se formó el corazón de carne de nuestro Redentor, nos enseñe a formarnos en ese Horno ardiente de caridad.